«El Cordobazo era una fiesta»

«El Cordobazo era una fiesta»
29 mayo, 2017 por Redacción La tinta

Por Julieta Santo para La tinta

En un nuevo aniversario del Cordobazo, la revuelta más importante en la historia de Córdoba, se vuelve significativo ejercitar el recuerdo, la memoria. Esta evocación no nos remite a una realidad demasiado lejana, aunque sí al contexto de un país con sed de revolución. Comprender la gestación y las implicancias de esta insurrección popular en la voz de quienes estuvieron allí, protagonizando aquel momento histórico, se torna una experiencia fundamental. Esta nota trata de rescatar la esencia que dejan la vivencia y la lucha en una persona que estuvo allí, aquél 29 de mayo de 1969, en una Córdoba estudiantil y sindical agobiada por la tiranía dictatorial. En ese momento, el doctor Carlos Scrimini era un joven estudiante de medicina inseparable de sus ideales revolucionarios.

La lucha estudiantil en la que participaba comenzó en el ’66, cuando Illia fue derrocado. A partir de ese momento se intervino la Universidad, y los mejores profesores renunciaron o eran expulsados. “Se la atacó con gran brutalidad. Poco después, en el ’67, la lucha armada comenzó a convocar a muchos estudiantes”, relata.  

Scrimini, quien fuera presidente de la Federación Universitaria de Córdoba (FUC) en el ’69, explica que lo que se vivía en Córdoba en ese momento era la lucha de masas y estudiantes unidos con los sindicatos como Luz y Fuerza. La creencia de que ese era el camino correcto lo alejó de las armas. En ese tumultoso contexto nació el Cordobazo, y aparecen en escena figuras como la de Agustín Tosco.

Carlos, en ese momento estudiante y militante en la Federación Juvenil Comunista, está convencido de que el Partido Comunista era donde Tosco se podía apoyar, y desde donde se erigió como una prenda de unidad muy importante para lograr la movilización del 29 de mayo. Este partido “lo amaba a Tosco muchísimo y apoyaba la línea que él tenía”, dice Scrimini, que 48 años después, cree que él y sus compañeros tomaron el camino correcto.

-Adentrémonos de lleno en aquél día. ¿Cómo lo encontró la mañana del 29?

-Habíamos acordado ya con Agustín Tosco y todo Luz y Fuerza cómo nos movíamos. En las asambleas ya habíamos organizado todo. Yo vivía en barrio Yapeyú, cerca del Tránsito Cáceres. Tenía que estar ahí en la columna de Tosco y no podía dejar a mi hijo solo, tenía que esperar a que llegara mi esposa, así que la esperé y bajé un poquito tarde.

Cuando bajo, ya el despelote me encuentra en el boulevard Chacabuco. Yo andaba a pie. Cuando llego había empezado el enfrentamiento, me pliego a ellos y me encuentro con Alberti, que era el segundo hombre de Tosco, y con él recorrimos la Maipú, que la estaban ampliando. Había una de escombros, como si hubieran descargado toneladas de proyectiles para nosotros, y la gente los agarraba de ahí y vencimos a la policía.

Me acuerdo que el enfrentamiento final fue en la esquina de Chacabuco e Illia, en esa esquina fue el gran combate contra la policía. Ahí los vencimos y retrocedieron. Esto era en el ’69, hacía un año y medio que lo habían matado al Che Guevara.  Me acuerdo que había montañas de escombros y que Alberti se subía a los escombros y daba discursos. Nadie le daba bola, por el quilombo que era . La gente pasaba, gritaba, tiraba piedras, y él gritaba: “¡Compañero Che Guevara!” y lo reivindicaba, porque parecía como una venganza al asesinato de él que estuviéramos venciendo al enemigo, porque la dictadura de Onganía tuvo mucho que ver con el asesinato del Che en Bolivia, mandaron gente, armas, de todo. A mí me encontró esa mañana así, me quedé todo el día allí, en la parte del combate.

La unión hace la fuerza

La unión entre estudiantes y obreros fue uno de los componentes principales de esta revuelta inédita. En los comienzos, Scrimini cuenta que el sindicato FOECYT, de dirigentes comunistas, fue el primero en prestar ayuda en el ’66 y que después empezó la relación con Luz y Fuerza, en el ’68. Según su mirada, esos sindicatos eran claves porque, con la Universidad intervenida, los centros de estudiantes estaban cerrados.  “Los sindicatos eran lo que los estudiantes necesitaban”, dice Scrimini, y recuerda que les prestaban papel, imprenta, e incluso dinero. Cuando los sindicatos dijeron “este es el momento” el 29 de mayo, los estudiantes se adhirieron de inmediato a la causa, asegura el entrevistado. Y se detiene para destacar el papel de Tosco: “Él fue quien convenció a Elpidio Torres, que dirigía el gremio mayoritario, el de SMATA. Cuando se conoció que esa columna de entre 5 mil y 6 mil obreros iba a salir con abandono de tareas de las 10 de la mañana, tanto estudiantes como obreros supieron que por fin estaban dadas todas las condiciones”.

-¿Qué relación tenía con Agustín Tosco?

-Nosotros vivíamos casi en el sindicato, y él también vivía en el sindicato prácticamente, era un hombre que se entregó totalmente a la lucha. Era como pocos dirigentes sindicales, de una formación cultural muy grande. Tenía un estilo que yo no he podido imitar desgraciadamente, era muy respetuoso del interlocutor, la gente hablaba con él. Tanto es así, que fue el único tipo al que no torturaron los militares. Infundía tanto respeto cuando lo detenían, que era un intocable, era algo así como, no sé, pegarle a Gandhi, porque él era muy respetuoso. Un hermoso estilo.

Establecí una gran amistad con él, lo admiraba mucho. Me llevaba como 10 años, iba siempre al sindicato. Yo creo que él me quería, tuvimos siempre coincidencias. Cuando estuvo preso me escribió una carta donde hizo una referencia, diciendo: “Hay aves que tienen vuelo bajo y otras que tienen vuelo alto, lo hiciste muy bien”. Una linda carta que después por la clandestinidad y la represión mis familiares, al no estar yo en casa, sacaron libros, cajas y me la quemaron. Lo conocí mucho y lo quise mucho, porque era un gran tipo.

Después lo dejé de ver porque pasó a la clandestinidad total, la Triple A lo andaba buscando para matarlo, y se enfermó. Se enfermó y murió. Lo velamos aquí en Córdoba, tenía 45 años. Muy joven, ¿Te das cuenta? Yo tengo 73, no puedo creer lo que hubiera sido Agustín.  Fue el gran dirigente político que le faltó a la Argentina, porque no hubo de su dimensión, de su talla.  Y como Dios atiende en Buenos Aires, no era tan conocido.

-Muchas veces nos preguntamos cómo comienzan los hechos históricos, pero ¿Cómo terminan? ¿Cómo terminó ese 29?

Ese 29, cuando empezó a oscurecer, me acordé que mi hermana estaba en una casa del Barrio Clínicas donde estaban concentrados varios compañeros, entonces fui, e intenté ingresar al barrio por el puente Santa Fe. Era una oscuridad total. Ahí estaban los bomberos.

Cuando voy ingresando por el puente Santa Fe veo las trazas de las balas que pasaban por la Santa Rosa, y digo: ¿Qué hago? A mi hermana me la había encargado mi padre, estudiaba medicina, vivía conmigo, y yo la había dejado en eso que era tierra de nadie, oscuro. Se escuchaban balazos. Cuando paran las balas me cruzo, y en la esquina había un bar donde había viejos que jugaban a los dados, todo lleno de vidrios. Cuando iba caminando por la galería veo que salen de bomberos los militares. Entonces me meto en el bar, me dejan entrar los viejos. Me quedo contra el vidrio y veo pasar a todos los compañeros de la Federación Juvenil Comunista que habían estado en la casa. Los llevaban los militares, y entre ellos estaba mi hermana. Así la vi (dice, y se pone las manos atrás de la nuca). Fue terrible para mí. Mi hermanita. Mi papá me iba a matar. Me sentí muy mal, y ese día terminó para mí mal. Los llevaron al tercer cuerpo del ejército y los tribunales militares los empezaron a juzgar, condenar.

Me fui a mi casa a ver si estaban mi mujer y mi hijo, y ese mismo día abandoné ese departamento porque sabía que iban a venir por mí. Me salvé de que me llevaran preso porque llevaron presos a todos los dirigentes: Tosco, Canelles, Torres. A Tosco le dieron 8 años, a Torres le dieron 5 años, y los llevaron a Rawson. Pasando los días se reclamaba la libertad de Agustín. Lo liberaron, tuvieron que cortarles la pena y liberarlos a todos, a los 9 meses más o menos.

La rebelión como fiesta

El ex dirigente estudiantil también se reserva un momento para recordar al Cordobazo con otro matiz, despojándolo de caracterizaciones ya tantas veces escuchadas, leídas, repetidas. Divertido, cuenta: “Había un santiagueño, casualmente, que tenía una panadería donde hacían empanadas árabes, y el tipo hizo miles de empanadas árabes y le regalaba a la gente, porque esto era una fiesta. En Chacabuco a media cuadra de Illia. Recuerdo eso porque el tipo sacaba las bandejas con las empanadas árabes y todo el mundo comía. Era una fiesta, porque el pueblo se encontró, los vecinos bajaban, la gente de los edificios tiraba elementos combustibles para las fogatas, ayudaba a otros dándoles de comer, bebida.  La gente salía y se abrazaba, porque estaban alegres de que los obreros y los estudiantes vencieran a la policía ”.

El doctor Carlos Scrimini, de 73 años, ejerce la medicina en su natal Santiago del Estero, pero cada tanto vuelve a la ciudad que vio pasar su juventud. Detrás de una mezcla de calidez y solemnidad, se esconde la historia misma, la experiencia en carne propia de cuando estalló el Cordobazo.

Cuando aquel día histórico llegó a su fin, se trató de un final muy feliz, revela. No es necesario preguntarle por qué. “Después del Cordobazo la política argentina se revoluciona y se izquierdiza. Y en eso tuvimos que ver más nosotros (los comunistas) que los peronistas. Significó el comienzo de una nueva era en la Argentina, de nuevo pensamiento. La Argentina cambió. Para mí la inflexión del país en la mentalidad, en la cultura, en el arte, es por el Cordobazo”.

*Por Julieta Santo para La tinta. Entrevista realizada en el año 2016.

Palabras claves: Agustín Tosco, Cordobazo

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