Caminando Valparaíso, puerto de los amores

Caminando Valparaíso, puerto de los amores
8 mayo, 2017 por Gilda

Por Natacha Scherbovsky para La tinta

“Yo no he sabido de su historia, un día nací allí, sencillamente. El viejo puerto vigiló mi infancia con rostro de fría indiferencia. Porque no nací pobre y siempre tuve un miedo inconcebible a la pobreza. Yo les quiero contar lo que he observado para que nos vayamos conociendo. El habitante encadenó las calles la lluvia destiñó las escaleras y un manto de tristeza fue cubriendo los cerros con sus calles y sus niños. Y vino el temporal y la llovizna con su carga de arena y desperdicio. Por ahí paso la muerte tantas veces la muerte que enlutó a Valparaíso y una vez más el viento como siempre limpió la cara de este puerto herido. Pero este puerto amarra como el hambre, no se puede vivir sin conocerlo, no se puede mirar sin que nos falte, la brea, el viento sur, los volantines, el pescador de jaivas que entristece nuestro paisaje de la costanera. Yo no he sabido nunca de su historia…”

Valparaíso – Osvaldo Rodríguez

Viajar a Valparaíso es uno de los sueños más lindos y de las propuestas más hermosas que me pueden hacer. Desde que empiezo a pensar en la posibilidad de estar ahí, volver a caminar por sus callecitas detenidas en el tiempo y que, sin embargo, se superpone con algunos elementos de la modernidad y la hipermodernidad, me siento muy feliz… Así fue esta última vez que viajé para el puerto de los amores.

Llegué la tardecita del domingo de pascuas luego de haber disfrutado de un almuerzo familiar en Santiago de Chile con mujeres, hombres, amigos a los que quiero mucho. Con toda la alegría después de una hora y media. Decidí irme caminando con la mochila y un bolso por falta de dinero hasta la casa de Patricia, amiga de mi madre, pero también porque ese domingo quería andar y de esa manera ir palpitando las calles.

Fui por el “plan”, la parte baja de Valparaíso, mirando las paredes pintadas, stencils, graffitis, pegatinas, cruzando los puestos de comida, golosinas, ubicadas en las veredas… Tras los puestos sentadas estaban las mujeres que los atendían: mujeres grandes, acompañadas por sus hijos u hombres mayores. Conversaban sobre los chocolates que se habían acabado recientemente en un tono tranquilo, relajado. Ya que terminando el fin de semana de pascuas, los conejitos y los huevos ya se habían terminado.

Seguí caminando y fue anocheciendo así que se fueron prendiendo las luces de la ciudad… Pasé por varios puestos cerrados, como era de esperar un domingo santo, pero cuyas vidrieras eran hermosas. Los signos de otro tiempo entonces volvieron aparecer: peluquerías antiguas, lugares donde arreglan máquinas de escribir y venden tinta, notarías cuyos carteles tienen más de 20 años, zapaterías antiquísimas, farmacias con balanzas de hace 50 años.

Mientras iba atravesando estas cuadras empecé a escuchar música. Me detuve e intentando reconocer de dónde venía el sonido (algo que nunca logré) identifiqué que era una banda de punk. Seguí entonces con esa música que se convirtió en la banda sonora de la caminata. Así llegué a la “Plaza Aníbal Pinto” y emprendí la subida a pie por el “Cerro Alegre”. Ya eran cerca de las ocho de la noche. Estaba muy cansada, muy agitada por las curvas y contracurvas que tiene esa subida, pero FELIZ. Había muchos murales nuevos desde la última vez que había estado allí (en enero pasado). Muchos colores diferentes, nuevas consignas, nuevos dibujos. Llegué a la casa de la Patri y ahí desensillé.

Al día siguiente me desperté temprano para ir a recorrer el “Cerro Alegre” y el “Cerro concepción” para después, en unas horas, seguir camino hacia el mar. Así fue que con la cámara polaroid en mano salí y empecé a sacar fotos a los miles de murales nuevos y viejos que había. Entre los nuevos, me encontré con un mural de un jaguar pintado de azul acompañado de un fragmento de una canción que nombra a Valparaiso “yo no he sabido nunca de su historia, un día nací aquí sencillamente, el viejo puerto vigiló mi infancia, con rostro de fría indiferencia”.

También encontré murales que refieren a la lucha feminista contra los abusos machistas “tula violadora a la licuadora”. Murales con hermosos dibujos acompañados de frases que nos interpelar para que busquemos nuestros sueños, sigamos soñando e intentemos ser felices: “cuando deseas algo de corazón, tus sueños se cumplen”, “vive despojado de ideas prisioneras, ocúpate de ser feliz”.

Murales viejos que están hace años y que recuperan el pasado reciente chileno como aquel que se encuentra en la subida del “Cerro Alegre” y se distingue por la imagen gigante y firme de Salvador Allende. Así como la pared contigua que homenajea los “50 años de la Reforma Agraria en Chile 1967-2017”. También hay otros murales que solo son dibujos muy bellos, réplicas de cuadros famosos, sin frases, sin iconos de la historia política chilena, con otros elementos: caracoles, rostros de mujeres, cuerpos de mujeres, personajes más ligados a la cultura hip-hoppera, seres fantásticos, arquetipos de cartas del Tarot, plantas, macetas, animales mitológicos o más realistas.

. No sólo murales pintan los cerros sino que los graffits, los stencils en las calles, en las farolas, en los cestos de basura, en las escaleras, en las puertas, marcan e identifican estos espacios . Algunos refieren al amor “vamos amarnos hasta que nos aburramos”, “te quiero igual”, “bancate el amor”. Muchos de estos escritos están firmados, otros son anónimos. Hay pintadas anarquistas, comunistas, ambientalistas, socialistas, punks, hip-hopperas, autonomistas… Encontramos muchas “A” anarquistas, muchas firmas de grupos de hip-hop, algunas consignas comunistas, varias pegatinas de grupos contraculturales… Todas se entremezclan, se superponen.

Mientras vamos subiendo y bajando los cerros es imposible ver todo; todo lo que hay escrito, pintado, dibujado. En medio de esa vorágine entonces, paré y miré al horizonte y ahí estaba el MAR, ese mar al que, como diría una amiga muy querida,  le pusieron “Pacífico” casi como una ironía, porque es uno de los mares más bravos y con más fuerza que conocemos. Mientras lo veía encontré graffitis que lo nombraban y celebraban: “viva la mar”, “la mar es la cumbia”…

Entonces, ya un poco abrumada de la recorrida frenética, de las fotos, de agudizar la mirada, decidí bajar. Ahí se me presentaban dos opciones: tomarme el funicular, ese ascensor, viejísimo, que sigue siendo manejado por un operario, donde entran sólo diez personas, que sale 100 pesos (algo así como $2,30) o bajar caminando ese caracol en el que se convierte el cerro cuando estás adentro y no parás de dar vueltas…

Bajé caminando, por una ladera diferente a la que había subido el día que llegué. Rápidamente, ya sin tanto esfuerzo porque ahora era bajada, llegué al “plan”. Eran las 12.30 del mediodía del lunes, así que estaba a puro movimiento. Ahora sí los lugares estaban abiertos. Las verdulerías en las calles, los puestos de golosinas, los restaurantes, las heladerías, un puesto de “plastificados al instante o termolaminados”, un taller mecánico de “desabolladura y pintura” coloreado de azul y con la imagen de Robert De Niro, con su postura desafiante terminaban de caracterizar ese lugar. Lo nuevo y lo viejo, siempre conviviendo…

Las personas caminaban a diferentes ritmos: algunos muy apurados, otros más tranquilos. Muchos viajeros, muchos lugareños, varios jóvenes, una piba y un pibe besándose en la “Plaza Aníbal Pinto” esa en donde había visto la pintada anarquista “amémonos hasta que nos aburramos”, una pareja saliendo de tomar un helado del “Emporio La Rosa”, grupos de amigos o de trabajo comiendo en “El rincón del Poeta” donde Pablo Neruda está presente con su imagen reconstruida con maderas de colores.

Caminando por el “Plan” para tomarme “la micro” y así emprender rumbo al mar, encontré varias pintadas contra los “pacos” (policía represiva chilena) “rayate hasta el fin de los siglos. Paco CTM”. También a una chica tocando el saxo, un hombre mayor tocando el acordeón, un señor ordenando un escenario donde iban a cantar y tocar unos pibes jóvenes cuyos instrumentos desordenados sobre una manta de aguayo eran el sikus, el charango, la guitarra. Cada paso que hacía no sólo estaba acompañado de sonidos musicales sino de olores. Ya se acercaba el momento del almuerzo así que los diferentes aromas se sentían. En “Mastodonte” lugar preferido por mi hermana y su compañero, ofrecían “super chorrillana” (plato que viene con carne, huevos fritos, papas fritas, ¡una bomba!) “chorrillana gigante” o “completos gigantes” (completos son los panchos) …  

Unos metros antes de llegar a la parada pasé por un puesto de diario que tenía los periódicos reconocidos: El Mercurio (diario de derecha cómplice de la dictadura encabezada por Augusto Pinochet), La Segunda, La Tercera, la revista The Clinic (revista similar a la Barcelona), El siglo (revista del PC chileno). Había, también,  películas muy muy viejas: Senderos de gloria de Kirk Douglas, Beetlejuice de Tim Burton, El Pianista de Roman Polanski, El pájaro loco, Popeye.

Finalmente llegué a la parada sobre la calle Errázuriz,, me tomé el 606 que me dejaba en Viña del Mar rumbo hacia el “pacífico”. Me subí con una sensación maravillosa de que las paredes, los pisos, las puertas, las escaleras, los escalones, los cerros y cada recoveco de Valparaiso habla, expresa, sueña, desea, propone.  Es una ciudad con una multiplicidades de sentidos, todos juntos, todos mezclados, todos gritando, que movilizan, nos movilizan y nos invita a querer volver para descubrir en el próximo viaje ¡nuevas frases, nuevas ideas, nuevos sueños, nuevos murales! 

Por Natacha Scherbovsky para La tinta

Palabras claves: chile, mural, Valparaíso

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