Mitos y verdades en torno a la violencia en el fútbol

Mitos y verdades en torno a la violencia en el fútbol
19 abril, 2017 por Redacción La tinta

En la Argentina, el fútbol es uno de los territorios más fértiles para el florecimiento de mitos. Muchos de los mitos sobre la “violencia en el fútbol” forman parte de las explicaciones y los diagnósticos sobre los que se diseñan y se ejecutan las políticas públicas sobre el tema. Y se sabe: un “problema” mal diagnosticado conlleva una “solución” inútil.

Por Nicolás Cabrera para La tinta

Todas las sociedades construyen sus propios mitos. Se trata de lugares comunes, primero, porque son socialmente compartidos; segundo, porque al enunciarlos nos sentimos parte de algo mayor a nosotros mismos, somos parte de un “sentido común”, de una conciencia colectiva. De ahí su potencia mágica. Se repiten una y otra vez hasta que se naturalizan como verdades irrefutables. En la Argentina, el fútbol es uno de los territorios más fértiles para el florecimiento de mitos. Si el mundo es un gran teatro, el fútbol es uno de los escenarios principales desde donde los argentinos representamos a nuestros héroes y demonios, nuestros orgullos y miserias.

La llamada “violencia en el fútbol” parece ser una fuente inagotable de mistificaciones. A partir de la trágica muerte de Emanuel Balbo la cacofonía mitómana fue la regla. Es lógico, estos episodios de gran conmoción colectiva activan esos mitos que nunca se fueron. El problema es que muchos de ellos son empíricamente falsos o verdaderos a medias. Y cuando se trata de un fenómeno social donde está en juego la vida de varias personas, deconstruir esas mistificaciones resulta tan necesario como urgente.


Muchos de los mitos sobre la “violencia en el fútbol” forman parte de las explicaciones y los diagnósticos sobre los que se diseñan y se ejecutan las políticas públicas sobre el tema. Y se sabe: un “problema” mal diagnosticado conlleva una “solución” inútil.


En lo que sigue, intentaré presentar, por un lado, los mitos vinculados a la “violencia en el fútbol” que más recurrentemente oímos cuando el tema inunda la agenda mediática; por el otro, buscaré deconstruir aquellas mistificaciones a partir del caso de Emanuel Balbo y de otros resultados producto de investigaciones, propias y ajenas, en las cuales venimos sosteniendo hace años que toda muerte en un estadio de fútbol es predecible, por ende, evitable.

Cazando mitos

 “La violencia en el fútbol es un reflejo de la violencia en la sociedad” 

Claro que no se trata de un mito totalmente falso, el fútbol es también la sociedad, sin embargo lo que acá discutimos son aquellas lecturas que creen que necesariamente una sociedad violenta conlleva un fútbol violento. Comparemos. México, Venezuela y Colombia están dentro de los 5 países con la tasa de homicidios violentos más altas de la región, sin embargo sus muertos vinculados a los estadios de fútbol son bajísimos en comparación con la Argentina. Brasil tiene una tasa de homicidios que triplica a la Argentina –26,54 para el primer país, 8 para el segundo– y tiene una larga y abultada tradición de matar en los estadios, sin embargo Argentina lo sigue superando. Es que en nuestro país, pese a tener bajos índices de “violencia social”, tenemos las peores estadísticas de toda la región en lo que respecta a la “violencia en el fútbol”. Entonces, entre esa violencia “de afuera” del fútbol y la de “adentro” queda claro que existe una relación, no una determinación. En términos sociológicos: hay una autonomía relativa entre una y la otra.

 “La violencia en el fútbol es por los barras bravas” 

El mito tal vez más repetido y más fácil de refutar. El primer argumento es histórico: las muertes violentas en el fútbol argentino comenzaron en la década del veinte del siglo pasado. Las “barras bravas” nacen entre finales de la década del cincuenta y durante todos los sesenta. El otro argumento es estadístico: el actor que más mata y hiere en el fútbol argentino es la policía. Yo mismo he sufrido una fractura de mi pie izquierdo a causa de un “bastonazo” policial en Santa Fe. Diego Frydman fue baleado en su ojo y operado por segunda vez porque a un policía se le ocurrió dispersar a escopetazos en la previa del clásico Belgrano-Talleres. Finalmente cabe decir lo obvio, todos los protagonistas en la muerte de Emanuel Balbo eran “hinchas comunes”. Y acá hay una verdad que tenemos que asumir: ese “hincha común” pacifico, tolerante e hiper-romantizado por la industria cultural futbolera y por la propia narrativa que los hinchas nos contamos a nosotros mismos no existe. Estamos insertos en una cultura futbolera en la que vencer al otro –en el juego, en la tribuna, en la televisión o en el bar– incluye necesariamente su degradación simbólica y su humillación moral.

 “La violencia en el fútbol es por los negocios del fútbol” 

La mayoría de los enfrentamientos violentos que derivan en heridos graves o muertos tienen un trasfondo más simbólico que económico. Hace ya varios años que las investigaciones sociales sobre el tema hablan de una cultura del aguante que atraviesa a todos los actores del fútbol. Se trata de una cultura donde por medio de la violencia se busca afirman un honor masculino y heteronormativo. Donde cada hincha tiene una cartografía social atravesada por territorios propios que hay que defender y por zonas ajenas que hay que conquistar. Así el barrio, la tribuna, la esquina, el estadio o la bandera, se piensan a partir de metáforas bélicas que fácilmente pasan de lo simbólico a lo físico. Veamos esta teoría en acción a partir del video en el que Emanuel yace agonizando en el piso rodeado por cientos de hinchas de Belgrano que cantan enardecidamente “Gallina puta la puta que te parió” ¿Qué hay en ese cántico entonado en ese contexto? Hay toda una operación simbólica que tiende a degradar moralmente a la víctima a los fines de legitimar su muerte. Veamos en detalle: primero el otro es animalizado, por ende, deshumanizado, una “gallina”, un no-humano. Además es una “puta”, esta feminizado, por ende, desmasculinizado, un no-hombre. Finalmente no sólo es una mujer sino que es la mujer más estigmatizada por la cultura patriarcal y machista: una “puta”. Y como si eso no alcanzase se trata de una condición de linaje, de ascendencia, de herencia: “La puta que te pario”. Todo eso “invadiendo” un territorio “propio”. Un “infiltrado”. Difícilmente el resultado podía ser otro.

 “El Estado no hace nada para solucionar el problema” 

El Estado hace, y mucho, solo que desde una perspectiva errada. Cree que el único problema está en las “barras bravas y sus negocios” por eso la ministra de Seguridad Patricia Bullrich propone un “Nuevo Régimen Penal Especial para Espectáculos Futbolísticos” cuyo objetivo es “desplazar a las barrabravas de los negocios ilícitos instrumentados alrededor de este deporte y así lograr el desfinanciamiento de las bandas violentas”. Los dos mitos anteriores vueltos ley. El Estado también promulgó y mantuvo una política que ha fracasado desde todo punto de vista: la prohibición del público visitante. Entre sus daños colaterales la medida acumula: un aumento de las muertes en términos absolutos, un incremento de los enfrentamientos entre hinchas del mismo equipo y el nacimiento de dos figuras inéditas en nuestro fútbol: “el infiltrado” en tanto amenaza a eliminar; y el “hincha/punitivo” siempre predispuesto a castigar. Los operativos de seguridad en la argentina esta tan mal diseñados que el del sábado pasado no tuvo ningún error pero dejó un muerto y un herido de bala policial que casi pierde el ojo.

 “No hay nada para hacer, no hay solución posible” 

La(s) violencia(s) y los conflictos son parte de la vida social. “Eliminarlos” es una ficción en términos sociológicos. Lo que sí podemos hacer es gestionar esas tensiones lo más democráticamente posible. Veamos algunos casos exitosos. En Brasil hay tres políticas interesantes: se creó un estatuto del torcedor –del hincha– que pretende regular varias cuestiones de la cotidianeidad en los estadios. Pensar en un marco jurídico donde se le da voz y voto a los hinchas puede ser un buen comienzo. Además, en el estado de Río de Janeiro, se creó la GEPE, una fuerza de seguridad especial con espíritu dialoguista que interviene en las tribunas sin armas -¿Qué hubiese pasado con Emanuel si existiese una fuerza de seguridad parecida?–. Finalmente, las torcidas organizadas –el equivalente a nuestras barras bravas– fueron institucionalizadas. Tienen elecciones, personería jurídica, rendiciones de cuentas y responsables legales. En Bélgica, después del drama de Heysel en 1985 –murieron 39 personas a causa de una avalancha– se tomaron varias medidas, pero tal vez la más novedosa sea la del programa “Fan Coaching”. Dicha política buscaba incorporar a los grupos más radicalizados de aficionados en actividades comunitarias en torno al club. Bélgica mantuvo la estética de sus tribunas y redujo los índices de violencia. Finalmente está el contraejemplo, casualmente el más citado en nuestro país, me refiero al caso inglés. Allí la violencia “se resolvió” con una combinación de políticas represivas, reestructuración de los estadios, creación de fuerzas de seguridad especiales, mercantilización de los clubes y elitización del público. Resultado: un fútbol para pocos.

Los mitos y sus contraargumentos podrían extenderse al por mayor. No hay espacio. Intenté enumerar los que consideré más urgentes. Hoy, mucho más pesimista que ayer, no espero que los responsables de garantizar la seguridad en nuestros estadios lean lo que ellos consideran puro palabrerío. Por el contrario, me conformo con que los lectores “realmente existentes” piensen dos veces antes de reproducir estos mitos que, aunque sean falsos en su totalidad o parcialmente, por el simple hecho de creerlos verdaderos, son reales en sus consecuencias.

* Por Nicolás Cabrera para La tinta. Sociólogo por la UNVM. Doctorando en Antropología en la UNC. Becario del CONICET- IDAES/UNSAM. Especialista en temas de violencia y seguridad.

Palabras claves: Belgrano, Nicolás Cabrera, Violencia en el fútbol

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