Fotografía y muerte en Pedro Lemebel (I)

Fotografía y muerte en Pedro Lemebel (I)
4 abril, 2017 por Redacción La tinta

Pedro Lemebel (1952-2015), escritor y artista chileno, llevó a cabo operaciones literarias y performáticas con la fotografía. En este ensayo se analizan dos de sus obras: Loco afán. Crónicas del sidario (publicado en 1996) y Lo que el SIDA se llevó, exhibición de las Yeguas del Apocalipsis en 1989.

Por Guadalupe Arriegue para Turma

Toda la actividad artística de Pedro Lemebel se inscribe en un contexto social y político de resistencia y militancia. La realidad social violenta del golpe a Salvador Allende en el ’73, el atentado a Pinochet en el ’86 y luego el advenimiento de la democracia, serán material y trasfondo para la poética de este artista. Trabaja con los límites de los géneros, en todo sentido: el tema que despliega Lemebel particularmente en estas obras es el travestismo marginal. Loco afán. Crónicas del sidario, es el segundo libro que publica , donde recopila crónicas relacionadas con la homosexualidad de su país y de Latinoamérica. El título del libro refiere al tango escrito por Enrique Cadícamo, “Por la vuelta”:

La historia vuelve a repetirse,
mi muñequita dulce y rubia,
el mismo amor… la misma lluvia…
el mismo, el mismo loco afán…

Lemebel trastoca los sentidos en la letra del tango, que narra el reencuentro de dos amantes, luego de la separación y el paso del tiempo, que brindan por “la vuelta”. La primera crónica de Loco afán, se ubica temporalmente en la última noche de año nuevo previo al golpe de estado que derrocó al presidente Allende, y a partir del cual Pinochet encabezó una dictadura que se prolongaría hasta 1989. Hay un juego comparativo entre la historia de los amantes y la del país, donde dice que la historia se repite. Ese brindis “por la vuelta” es por la vuelta de la democracia. Que es temporalmente donde se ubica el final de esa compilación de crónicas, la mayoría de los personajes muere en el camino, a causa del virus HIV y envueltas en la marginalidad.

Las crónicas de Loco afán se inauguran con la écfrasis de una imagen fotográfica. El recuerdo de esa noche, de la gran fiesta gay del 31 de diciembre de 1972 y el devenir de cada uno de los personajes retratados en la imagen, se despliega a partir de la foto que el narrador representa para nosotros, lectores. El destino de los personajes, será fatal: la muerte adviene primera con la dictadura y luego con el sida.

Aunque primeramente es una imagen: el tiempo congelado en una foto, que funciona como augurio. Una “pilita de huesos”, restos de la cena en foco y primer plano, y detrás –en movimiento, vibradas y borrosas– la siguiente “pilita de huesos”: las protagonistas de Loco afán, que se va a llevar esa ola mortuoria. La foto funciona como augurio o premonición de un estigma de muerte: “la última fiesta sepiada en la foto donde aparece el muerto, ya muerto, adelantadamente muerto por el chispazo del flash”.

Hay algo en esa instantánea de maldición. La idea de la fotografía como gesto de muerte, es tan vieja como la historia de la disciplina lo es: las primeras cámaras oscuras fueron censuradas por diabólicas, y sus creadores perseguidos. Varias sociedades prohibieron el uso de la fotografía: el apresamiento de lo real hecho imagen, por la captación de la huella lumínica, pareciera ser la usurpación del poder de un dios de todas las cosas. En el caso del retrato, se vuelve más insoportable por la idea de la muerte (“roba el alma”) del sujeto fotografiado, y el doble o la sombra . Barthes, por su lado, relaciona el disparo de la fotografía con el disparo de la cámara, shooting. Existe la consideración –y Barthes y Baudelaire no hubieran disentido– de que la fotografía sólo adquiere su valor pleno con la desaparición irreversible del referente, con la muerte del sujeto fotografiado: con el paso del tiempo. La esencia de la fotografía, para Barthes, es precisamente esa obstinación del referente en estar siempre ahí. Como un depósito de fugacidades, presencias congeladas. Hay una momificación que pone en funcionamiento el fotógrafo, donde los cuerpos se encuentran ahí, pero en un tiempo otro. Como esa postal de fin de año nuevo con las locas de festejo. Lemebel con esa fotografía juega a ser taxidermista. Hace uso de los cuerpos muertos, pero no para falsearle el interior sino que primero los presenta tal como fueron en un instante concreto (la foto). Que, a su vez, connota una serie de historias, minibiografías de cada una de las retratadas. Son enmarcadas en la escritura de sus vidas, y luego sus muertes.

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Las locas de fiesta, en ese verano de fines de 1972, antes de que caiga la avalancha de la dictadura, tienen algo de estampita religiosa y popular. Un halo de misterio y misticismo envuelve a la Chamilou, la Pilola, la Palma, la Loba… todas metidas adentro de los sacos de visón, ridículos en su desperfecto de alta moda. Las locas son un esperpento social. No meten miedo, meten desorden… risa alterada de carnaval. Risa subversiva, que rompe códigos establecidos, de géneros y roles. Las travestidas, o el travestismo de los personajes de Loco Afán, tienen una fuerza que aparece en el impacto de la imagen. Por algo Lemebel es un artista visual, y eso se lee en la écfrasis de la foto y veremos cómo se representa en las imágenes del colectivo Yegua del Apocalipsis.

 Continuará

*Por Guadalupe Arriegue para Turma
**Lo que el SIDA se llevó. (Exposición celebrada en Santiago de Chile en el Instituto Chileno-Francés de Cultura, 1989). Fotografías de Mario Vivado y curaduría de Jorge Zambrano.

Palabras claves: Pedro Lemebel

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