Del «progresismo» macrista
Tras las declaraciones de Alejandro Rozitchner sobre el carácter popular del gobierno de Macri, Mario de Casas indaga sobre las características del progresismo macrista. La búsqueda de respuestas derivó en la sucesión de comparaciones que de Casas vuelca en este texto.
Por Mario de Casas para La Tecl@ Eñe
Alejandro Rozitchner, el filósofo que trabaja en Casa Rosada, aseguró que el gobierno de Macri «es el más popular y decidido en ayudar a los pobres» y afirmó que desde que volvió la democracia esta es el primera gestión «que se ocupa realmente de los que la pasan mal». Poco tiempo atrás, el subsecretario nacional de juventud, Pedro Robledo, afirmó: “Macri es progresista, rompe con el conservadurismo político”. Antes había sido el ex senador y factótum del macrismo gobernante, Ernesto Sanz, quien había sentenciado: “Éste es un gobierno progresista”.
Ante semejantes declaraciones y otras similares, decidí indagar sobre las características del progresismo macrista. Más aún, la falta de pronunciamientos por parte de quienes, despojados de actitudes vergonzantes, pudieran considerase herederos y/o militantes del conservadurismo –léase liberalismo conservador-, fue otro estímulo a mi curiosidad. Así, la búsqueda de respuestas se convirtió en la sucesión de comparaciones que he volcado en este texto.
Si los conservadores temieron históricamente la propagación de la cultura en general –su concepción clasista pretendía que para las masas alcanza con incorporar los “buenos modales”-, no es seguro que el original progresismo macrista tema la difusión de la cultura, lo seguro es que no la conoce. Por eso los primeros usaron la censura como arma de control cultural, mientras que los segundos banalizan toda expresión de la cultura. En particular, si los conservadores “nacionales” hicieron del sistema educativo un instrumento transmisor de su ideología, el progresismo macrista utiliza otros aparatos ideológicos para contagiar ignorancia. Si los conservadores manipularon la historia nacional, las fechas patrias y los símbolos nacionales; para el progresismo macrista no hay historia y el único símbolo que importa es el globo amarillo de la alegría.
Si los conservadores promovieron históricamente la resignación de los pobres, el progresismo macrista promueve la alegría de ser pobre. Si los conservadores asumían hasta con orgullo su identidad política, el progresismo macrista esconde la suya detrás del cinismo de la alegría.
Si la violencia social de los conservadores tuvo sus fuentes en las políticas implementadas y la consecuente represión, la del progresismo macrista tiene un plus: esa notable destreza en la utilización de las nuevas tecnologías de la comunicación para alienar a vastos segmentos de la población, con alegría.
Pero no se puede ser diferente en todo. En efecto, hay dos asuntos -de aparente importancia menor para los unos y los otros- en los que el progresismo macrista es prácticamente lo mismo que el conservadurismo argentino. Me refiero al respeto a la soberanía popular y a la intervención del Estado en la economía.
Con respecto a la primera cuestión, los conservadores iniciaron su trayectoria de atropellos imponiendo que votara solamente la minoría que les resultaba afín; el voto así instituido fue parte de lo que se conoció como el Estado oligárquico. Ya en la Década Infame, utilizaron el fraude para violentar la voluntad popular, época que también se conoce como de la Democracia fraudulenta. Luego adoptaron la proscripción, de lógica tan implacable como las derrotas que les propinaron las mayorías cada vez que fueron convocadas a las urnas. Finalmente, en los ´90, pusieron en práctica un nuevo ardid, que consistió en desviar -no anular- la voluntad popular. La nueva estratagema, que se podría denominar de la Democracia enajenada, dejó un indeleble registro histórico con la brutal confesión de Menem: “Si decía lo que iba a hacer, no me votaba nadie”. Pues bien, esta grave “picardía” proporcionó miles de votos al progresismo macrista en 2015: cada vez que en campaña se denunciaba alguna de las políticas que el progresismo macrista ejecutaría si triunfaba, el candidato Macri lo desmentía rotundamente, con fingida alegría; después tuvimos –y tenemos- a diario oportunidades de comprobar quién decía la verdad. Esta vez el registro imborrable para la historia fue dado por Macri en el artificioso debate entre los candidatos a Presidente.
En cuanto al Estado, tanto los conservadores como el progresismo macrista han rechazado enfáticamente su intervención en la economía, salvo cuando se trata de acrecentar el enriquecimiento de los sectores dominantes; sea con reducciones regresivas de tributos, con desenfrenados y antisociales endeudamientos externos -legado que históricamente se pagó con el sacrificio de los sectores populares y solo sirvió, como hoy, para abastecer incesantes fugas de divisas-, o con la entrega de sabrosas porciones del patrimonio social en turbios negocios con grupos económicos controlados por familias de miembros de sus respectivos gobiernos.
Sabemos que la historicidad es condición necesaria para la validez de cualquier análisis del devenir social. En el caso que nos ocupa, esto quiere decir que “conservadurismo político” o “gobierno progresista” en las declaraciones citadas es pura abstracción que no significa nada. En cambio, es evidente que el progresismo macrista no es la superación del conservadurismo que ha conocido el país. Al contrario, se ve que en el mejor de los casos es similar a la Concordancia de los ‘30. Por lo tanto, es lícito hablar de “progresismo” macrista, así, entre comillas.
Siempre con la experiencia histórica como guía, hay que insistir en que el “progresismo” macrista debería considerar que a cada intento de restauración de políticas antipopulares, le ha seguido una conmoción mayor que la anterior y un acercamiento también mayor a la auténtica democracia, la que conduce a la alegría verdadera de nuestro pueblo.
*Por Mario de Casas para La Tecl@ Eñe