24M, no podrán quitarnos la memoria
Marzo es memoria presente. Nos obliga a ponernos frente a nuestra dolorosa historia, que lastima más en su actualización diaria. Las identidades disidentes al hombre blanco occidental: mujeres cis*, transgéneros, travestis, intersex, lesbianas, gays, tuvieron y tienen especial relación con las políticas represivas de exterminio.
La última dictadura militar avanzó sobre las mujeres, como tales, en dos sentidos fuertes: por un lado la represión concreta y diferenciada sobre los cuerpos, por otro lado en la política ideológica que profundizó. Hubo un momento en que se comenzaron a considerar, en los juicios de lesa humanidad, la particularidad de las vejaciones sufridas por las presas políticas de entonces. Allí emergieron cientos de relatos de las sobrevivientes, que se sumaron a las voces que denunciaron las torturas diferenciales por sexo, y la cuestión de la maternidad en contexto de tortura y encierro en los Centros Clandestinos de Detención. Miriam Lewin y Olga Wornat, en el libro Putas y Guerrilleras, relatan la doble opresión sufrida por las mujeres en contexto de detención durante el período de terrorismo de Estado.
«Ninguna de nosotras tenía la posibilidad de resistirse, estábamos bajo amenaza constante de muerte en un campo de concentración».
El libro relata los horrores vividos por las mujeres: torturas, abusos, violaciones, y en ocasiones relaciones tortuosas, de las que no podían escapar. Sin embargo, también eso les valió de sospecha de sus compañeros: «Como mujeres, la utilización de nuestros cuerpos o el deseo que despertamos en el otro como instrumento de manipulación o de salvación es condenable. No pasa lo mismo con los hombres».
Por otro lado la familia fue el eslabón predilecto que militares y civiles reforzaron como política ideológica. En ese esquema la mujer debía volver a ocupar los roles estereotipados de género de la sociedad capitalista patriarcal: con predilección por sus funciones reproductivas y domésticas, relegadas al espacio privado de cuidado, exacerbando la dicotomía “virgen-puta”. Esta concepción binaria la sufrieron las obligadas al rol de “virginidad”, como las trabajadoras sexuales estigmatizadas y perseguidas. Situación que tiene continuidad directa al día de hoy, en lo simbólico y concreto, en políticas represivas existentes durante el período de terrorismo de estado que continúan vigentes hasta nuestros días; tal es el caso, por ejemplo, del código de convivencia vigente en nuestra provincia.
Mujeres cis, tortas, trabas: doblemente violentadas
La dictadura militar reforzó así el sistema patriarcal, fiel servidor del modelo económico y social que se buscaba impulsar y profundizar. En lo concreto, esto se tradujo en ensañamiento contra las mujeres presas: ellas no sólo tenían una actividad política contraria al régimen, encendiendo la llama de la subversión del orden social, sino que en esa militancia ponían en cuestión los roles de género establecidos. Rosario Caticha, ex presa política en Uruguay, sostiene que «los militares también discriminaron en género: porque eran militares, porque eran hombres, pero también porque entendían que las mujeres eran inferiores, y que tenían un rol que habían transgredido, entonces eran doblemente transgresoras. Cuando las madres pedían para ver a sus hijos les decían: “pero bueno, si hubieras estado lavando los platos en tu casa esto no te hubiera pasado”.
Las personas con identidades de género y sexuales diversas, no tuvieron un mejor trato o destino. En registros de fuerzas de inteligencia características como “amanerado”, “invertido”, “lesbiana”, “de temperamento afeminado”, “de costumbres liberales” aparecen como patologías criminales a perseguir.
Se estima que alrededor de 400 personas fueron detenidas por estas razones durante la última dictadura militar y en los años previos. Muchas de ellas sufrieron torturas especialmente sádicas y violentas, fueron violadas y asesinadas. La sexualidad y la identidad por fuera de la norma heteropatriarcal era otro modo de poner en cuestión los roles existentes y la familia como núcleo primero del patriarcado, poniendo en entredicho los pilares del sistema capitalista que se buscaba imponer y profundizar.
Hace dos años, en el marco de la histórica marcha del 24 de Marzo, Marcela Romero, de la Asociación de Travestis, Transexuales y Transgéneros de Argentina (Attta), le decía a sus compañeras: “Cuando empezó la dictadura tenía 16 años y yo era trans desde los 14. Primero me llevaban a institutos de menores, después a Devoto. El trato era más cruel que a otros detenidos: nos desnudaban, nos golpeaban en los genitales y en las zonas donde teníamos cirugías. Recuerdo el ‘Qué te hacés la mujer si sos un puto’. Fuimos torturadas (…) Había compañeras que paraban por la Panamericana y cuando pasaban los autos de las Brigadas las pasaban por arriba”.
Mirar el presente en clave de Memoria
La memoria nos sirve para comprender de dónde venimos, y por qué el mundo que nos toca habitar es esto y no otra cosa. El ejercicio necesario es trazar líneas de continuidad, preguntarnos cómo sobreviven (o no) esas políticas hasta hoy. Salirnos del molde habitual, del relato de hechos pasados que duelen, para poder, también, dolernos con nuestro entorno. Porque vemos más claras las continuidades que las rupturas. Que nos interpele el hoy a la luz del ayer, es pararnos frente a la memoria desde otra huella, mirando a esas compañeras y compañeros desde un lugar novedoso. Sentir que murieron para renacer.
La lista de hechos que podemos relacionar a continuidades de las políticas llevadas a cabo por la última dictadura militar podría ser infinita. Tal vez detenernos en algunos que nos atraviesan en estos meses nos ayude a condensar:
La historia de Dayana Gorosito habla por sí sola. Es una joven de veinte años, que enfrenta serios cargos por la muerte de su beba recién nacida el 20 de mayo pasado. Ella vivía en la casa de su pareja Luis Oroná desde los quince años en la localidad cordobesa de Unquillo, donde llegó huyendo de una situación insostenible en su casa de origen. Dos años más tarde tuvo a su primer hijo. Hace casi un año, con su segundo embarazo a término, empezó con el trabajo de parto y le pidió a Oroná que la llevara al hospital. En lugar de dirigirse al hospital, él se detuvo en un descampado y la obligó a parir allí. Dayana tuvo a su beba, la limpió como pudo y la abrigó. Luis Oroná la arrancó de sus brazos, alegó dudas sobre su paternidad, y se la llevó, dejando abandonada a Dayana. Como pudo ella volvió a su casa con una infección, esperando volver a ver a su hija. Sin embargo la beba no estaba, y Oroná y su familia le plantearon a Dayana que debía decir que había tenido a su beba en el hospital de Unquillo, que había nacido muerta y que no le habían entregado el cuerpo. Esta acusación la sostuvieron hasta que finalmente apareció el cuerpo de la beba en la misma casa de la familia, muerta por hipotermia, tres semanas después, cuando ya se encontraban detenidos por homicidio tanto Dayana como Luis Oroná. Continúa en la cárcel de Bouwer, y la justicia le impide ver a su hijo. Dayana enfrentando una justicia misógina y racista, en un laberinto absurdo de violencias. El Estado disciplinando y castigando su cuerpo joven, pobre, en situación de violencias constantes, por mala madre, por no impedir la muerte de su hija.
Higui Dejesús está presa desde hace cinco meses. Mató a un hombre que la perseguía con unos amigos e intentó violarla. No buscaron pruebas del ataque. No se tomó en cuenta su testimonio de haber sufrido un intento de violación y empalamiento; de hecho, las ropas que le desgarraron nunca fueron peritadas en busca de manchas de semen, pelos y otros rastros; las marcas en su cuerpo de los golpes que le aplicó la patota –Higui dijo que la perseguía desde hacía años por ser lesbiana– no fueron registradas. No consideraron tampoco para u legítima defensa, el detalle de que llevaba un cuchillo porque esa patota le había prometido “te vamos a violar así te corregimos”. Que cumpla con todos los estigmas sociales para ser perseguida, tampoco es considerado porque esos mismos estigmas pesan sobre la justicia para no creerle. Higui, mujer, morocha, pobre y lesbiana.
Argentina aún no cuenta con un observatorio oficial de víctimas de crímenes de odio por identidad de género. Las cifras recogidas por diversas organizaciones en 2016 hablan de por lo menos 16 travesticidios: más de los reportados en 2015 por el informe de la .de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA). De los 13 crímenes de odio que el informe anual de la CHA documentó en 2015 (en base a noticias aparecidas en los medios de comunicación), seis fueron contra personas travestis o trans.
Solas o juntas. La represión sobre las identidades disidentes se siente, acorrala y avanza. ¿Qué fue sino el accionar policial frente a algunas mujeres en tetas en la plaza de Necochea el verano pasado? Accionar justificado por la fuerza por “violar normas contravencionales”, mas rápidamente desmentido por el juez que recibió la causa: “no fue violada ninguna norma, solo se atentó contra un valor moral”. ¿Qué fue, sino la represión, detenciones y persecución que sufrieron mujeres en Buenos Aires y en Tucumán después de la marcha del 8 de marzo que se replicó en 52 países del mundo?
Hilar la historia de las represiones
Muchas coincidimos en que la consigna NI UNA MENOS es la continuidad del NUNCA MÁS. Las represiones, violencias y vejaciones en los cuerpos y en el plano simbólico realizadas con saña contra las mujeres durante la ùltima dictadura militar, no fue un detalle más. Los pilares de la sociedad capitalista y heteropatriarcal que en los `60 y `70 estuvieron en disputa, fueron fundados con base en valores y opresiones concretas sobre ciertos cuerpos, ciertas identidades. El castigo a las identidades de género disidentes, el forcejeo porque las mujeres permanezcan en el espacio privado y doméstico, el ensañamiento por `normalizar´ las identidades sexuales, el encarcelamiento y represión a hombres y mujeres que buscaban y construían un mundo con otros valores y otras libertades; fue parte una organización coordinada y premeditada desde el Estado con otras naciones. Militares y civiles arremangados para domesticar, aleccionar o asesinar a quienes fuera necesario para imponer un sistema.
Un sistema capitalista, neoliberal, colonial, hetero patriarcal que se sostiene, reproduce y profundiza hasta nuestros días, que vemos y sentimos en carne viva. Los hilos del poder se entrelazan para perpetuarse. Pero también las luchas se encuentran y caminan construyendo ese otro mundo. También las historias vividas hace 40 años se escuchan hoy, para aprender, para construir los relatos de la otra historia, para seguir disputando.
El 8 de marzo fue una fecha histórica. Mundialmente histórica. Nos tuvo a todas las mujeres como protagonistas: las lesbianas, las trans, las travestis, las cis. En 52 países se dijo ¡Basta! en simultáneo. Estamos en un momento que es necesario mirar agudamente, habrá que ser muy creativas y aprender grandes cuotas de humildad para convidar esta sacudida feminista que se siente. Habrá que saber mirar más allá de lo aprendido para encontrarnos en la construcción de feminismos en los que personas de diversa clase, raza e identidad sean parte. Ese es el desafío de esta lucha, que es continuidad de lo que nos legaron esas compañeras hace más de 40 años, y las muchas otras que murieron para vivir en nuestro andar.
*Cisgénero es el término que se utiliza para describir a personas cuya identidad de género y género asignado al nacer coinciden.
Fuentes: Indymedia Córdoba; Página 12; Agencia Presentes