Tercer semestre

Tercer semestre
9 febrero, 2017 por Redacción La tinta

Por Alejandro Sehtman y Pablo Touzon para Panamá Revista

Con la salida de Prat Gay empezó el tercer semestre. No hay viento favorable para el barco que no sabe a dónde va.

No es la economía

El viento de la poética sentencia de Séneca podría ser remplazado hoy por la figura, mucho menos alegórica, del Ministro de Economía. La salida de Prat Gay no debe ser leída en términos de una sorda lucha entre halcones (ortodoxos) y palomas (gradualistas) al interior del gabinete. La “otra” interna, que enfrentaría al ala duranbarbista/marcospeñista (que hace foco en el humor social) con el ala frigerista/monzoista (atenta a la negociación con los actores políticos), tampoco provee una clave de lectura válida. Ni para este episodio ni para ningún otro.

La actual coyuntura del poder ejecutivo debe ser leída principalmente como el resultado de la ausencia de rumbo claro del gobierno de Mauricio Macri.

Como si fuera un misil norcoreano, el gabinete cayó al agua luego de un lanzamiento espectacular marcado por la salida del cepo, la quita de las retenciones, el arreglo con los buitres y el sinceramiento del tipo de cambio. Y una vez allí, en el agua todavía calma pero profunda del treintaypico por ciento de pobreza, cuarenta por ciento de inflación y la falta de inversiones, el gobierno no supo, no quiso, no pudo, construir rumbos alternativos al de la fracasada salida sciolista (inversiones+deuda=baja de la inflación+crecimiento) planteada en un principio.

Tanto durante como después de la campaña, el apego de Scioli al liderazgo de Cristina (apego que terminó dando la razón a los lealistas por sobre los creyentes en el “verdadero Scioli” que se rebelaría con la banda presidencial cruzándole el pecho) le permitió a Macri extender su hegemonía hacia el centro del espectro político dando muestras de que no se proponía desactivar de manera explícita las políticas de protección social ni realizar un ajuste fiscal ni monetario profundo. Este aparente autocontrol del instinto ajustador del macrismo pareció configurar una tensión entre quienes querían un shock de ortodoxia y quienes querían una vuelta gradual a las variables macroeconómicas aceptables para los mercados de crédito y de inversiones directas.

Sin embargo, lo que atraviesa al gobierno no es una tensión entre dos políticas sino una falta de voluntad para implementar cualquiera de ellas, lo que produce una serie de señales contradictorias cuya dinámica Napoleón sintetizó brillantemente: orden, contraorden, desorden.

Esto emana del credo del gobierno, en su sentido más fundamental. Criado y desarrollado en alteridad radical al kirchnerismo, el macrismo se quiso o se entendió a sí mismo siempre como un reflejo de la sociedad. Contra el jacobinismo sectario del cristinismo mirándose durante horas al espejo, el nuevo gobierno se dedicaría no ya a avanzar una agenda propia, sino a representar. Muertos los liderazgos machos alfa, solo quedaría escuchar a la sociedad, timbrearla, focus grupearla, en fin, gobernar “juntos”.

La agenda de ¨la gente¨ como agenda de gobierno. Un curioso y menos tecnológico Partido de la Red que terceriza la responsabilidad política: si el gobierno no funciona, será culpa de la misma sociedad imposible, de la Argentina populista. Contra esta lógica se levanta esporádicamente la voz del sindicato de políticos del PRO (un mix de criados en el peronismo como Monzó, de emigrados radicales como Lombardi y de técnicos con asignación de tareas políticas como Frigerio). Esta voz está presente desde los orígenes mismos del macrismo, desde la disputa porteña legislativa entre los ¨Festilindos¨ amarillos puros y el ¨Grupo Nogaró¨ de los políticos compañeros de ruta, en adelante.

En su libro Cambiamos, Hernán Iglesias Illa reivindica el triunfo de los “boludos” sobre la clase política. Es de notar también que esa victoria se verificó antes al interior del mismo PRO. Una lección para los Monzó del siglo XXII. Sin embargo esta preeminencia de la nopolítica no tiene que ver, como propone en un artículo reciente Andrés Malamud, con la potencia transformadora de la “imaginación” de los “ingenuos”. Tiene que ver con que estos no son esenciales en el esquema de seguidismo social del macrismo: los “políticos” llevan las de perder porque en última instancia no son necesarios para la tarea de representación permanente. El problema con este postulado (y el problema de todos los gobiernos que representan demasiado), no es solo que supone una coherencia societal que no es ni será, sino que además abdica del deber fundamental del poder: gobernar.

El empate

Una lectura global del año indica que todos los actores políticos de la oposición fueron racionales (en términos de medios y fines y de adaptabilidad al contexto) en sus propios términos: lo fue el Evita, lo fue la CGT, lo fue Massa, lo fue el peronismo parlamentario, lo fue el peronismo de los gobernadores, lo fue el kirchnerismo. El gobierno tuvo efectividad para lograr mayorías legislativas pero también tuvo que ceder terreno ante cada uno de los exponentes de una oposición en permanente reconfiguración política y social.

El 2016 cerró con sensación de 0 a 0 y con la tribuna en estado de impaciencia creciente. La ausencia de rumbo gubernamental obligó a los opositores a ser propositivos más que obstaculizadores: los reveses legislativos del gobierno no fueron tanto sobre iniciativas propias sino sobre iniciativas ajenas. La Doble Indemnización, la Emergencia Social y Ganancias valen como ejemplo de que el Ejecutivo no tenía ninguna idea-fuerza para abordar una cuestión social que él mismo definía como grave (independientemente de la atribución causal a la “pesada herencia”) que no fuera la continuidad de los mecanismos previos y el “crecimiento”.

Las aspiraciones del gobierno son tan livianas que parecería que está a punto de hacer propio el deseo del Kirchner modelo 2003 de “un país en serio”. Donde antes estaba el estallido de diciembre de 2001 ahora están los doce largos años de kirchnerismo. La teoría del “cambio” según la cual un nuevo clima político sin crispación, el levantamiento de las regulaciones cambiarias y las reducciones impositivas a las commodities serían suficiente para un renacer de la economía argentina ha sido refutada por la realidad. El país en serio es, en todo caso, un horizonte hacia el que avanzar más que una fuerza existente a la que hay que liberar de su yugo.

Cuando se interpelaba a los sciolistas durante el ya lejano 2015 sobre cómo harían para imponerse en el Gobierno en el marco de la interna a cielo abierto que tenían con el cristinismo paladar negro, surgía un mantra: Daniel para la gobernabilidad tiene el guitaducto. Durante la campaña proliferaron en su campamento los ministerios futuros para cada sector. La izquierda solía sostener, corriendo por ídem al kirchnerismo: “Scioli es Macri”. Es curioso cómo se dieron las cosas en este sorpresivo 2016: al final, Macri resultó ser Scioli.

*Por Alejandro Sehtman y Pablo Touzon para Panamá Revista

Palabras claves: Alfonso Prat Gay, Daniel Scioli, economia, Mauricio Macri

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