Habrá rebeldes en los premios Oscar

Habrá rebeldes en los premios Oscar
21 febrero, 2017 por Gilda

Los premios Oscar se celebrarán en febrero en medio del clima de tensión que envuelve a Estados Unidos tras la asunción de Donald Trump. Frente a un contexto mundial que gira con los partidos de derecha y las crisis económicas, la pregunta por el lugar del cine se vuelve clave: ¿cuáles son los límites y las posibilidades que ofrecen los directores para mirar este mundo contemporáneo? Toni Erdmann, nominada a mejor película extranjera, pone el ojo en dos generaciones atrapadas en medio del cambio, en un mundo que se olvidó de reír.

Por Iván Zgaib para La Tinta 

Cuando los premios Oscar tengan lugar el 26 de febrero, es esperable que la convulsión política de Estados Unidos se cristalice en la alfombra roja y el glamour hollywoodense. Sin ir muy lejos, pasó sólo un mes desde que Meryl Streep aceptó un Globo de Oro con la voz quebrada, en medio de un discurso en el que señaló la intolerancia y la violencia de la era Trumpista. Las peripecias de la política estadounidense no pueden leerse, sin embargo, desencajadas de un contexto internacional que le hace eco: el Brexit que sacó al Reino Unido de la UE, el avance de los partidos de ultra derecha a lo largo de Europa, el resurgimiento de los nacionalismos y la sombra de una crisis económica que causó el capitalismo más salvaje. En Latinoamérica misma, el golpe al PT brasilero y el fracaso electoral del kirchnerismo (cada uno con sus particularidades) hablan tanto de un giro político a la derecha como de las contradicciones que tuvieron aquellos gobiernos que alzaron algunas banderas progresistas.

Más allá de los discursos que los famosos puedan dar sobre este contexto, los premios Oscar continúan siendo un espacio de legitimación para determinadas películas. Y si el cine es (a veces más, a veces menos) una manera de explorar lo real a través del registro espacio-temporal, cabe preguntarnos cuáles son los límites y las posibilidades que abren los directores actuales frente a un mundo complejo y desbordado.

Mientras escribo esto no puedo dejar de pensar en Nocturama, un film de 2016 centrado en un grupo de jóvenes franceses que quieren atentar contra el sistema. Proyectada en la última edición del Festival de Cine de Mar del Plata, la película de Bertrand Bonello encuentra sus mayores hallazgos en el trabajo sobre el espacio y la construcción visual de París como una especie de gran monstruo. En el peor de sus rasgos, la película se hunde en una visión apolítica que vacía de contenido las posibilidades de hacerle frente a un sistema cada vez más violento y desigual.  Nocturama es, en cierto sentido, una película sintomática sobre las dificultades (del cine, pero también de la sociedad) de correrse de un capitalismo global que parece inmiscuirse en cada rincón de lo cotidiano: el problema del film es que nunca se muestra consciente de aquellos límites. 

Otro ejemplo reciente: Mr. Robot, desde el mundo de la televisión, crea un thriller que se embebe del espíritu del movimiento Occupy Wall Street para contar la historia de un grupo de hackers que quiere acabar con las multinacionales. La serie comandada por Sam Esmail se siente extremadamente contemporánea en muchos de sus componentes (el mundo informático, la crisis económica, el descontento social) y la inclusión de la revolución como una línea narrativa no deja de ser llamativa para una serie. Moviéndose sobre este terreno, Mr. Robot tiende a construir el universo de las multinacionales a través de la palabra pero se tambalea cuando tiene que mostrarlo visualmente. Heredera de algunos males posmodernos, la serie llega a homenajear y remixar los giros narrativos de otras películas y series sin construir nada muy nuevo.

Volviendo a los Oscar, me pregunto si alguno de los films nominados puede devolver una mirada fresca sobre este presente del mundo y del cine. La premiación estadounidense ha sido proclive a reconocer las películas más clásicas y correctas, pero este año dio lugar a una obra extraña entre los nominados extranjeros: Toni Erdmann, de la directora alemana Maren Ade.

Volver a reír

Toni Erdmann no es exactamente una película “política” desde su tema. De hecho, se trata de un film de personajes y actores, donde el centro emocional, visual y narrativo gira en torno a la relación entre un padre y su hija. Inés es una mujer alemana que trabaja en una consultora en Bucarest. Con la rigidez y la frialdad impostadas en su cuerpo, los pequeños momentos de quiebre develan que no todo está bien en su vida: debe trabajar y argumentar el doble para hacerse escuchar en un mundo empresarial manejado por hombres, donde la decisión de uno de sus clientes podría llevar al despido de cientos de trabajadores. La visita inesperada de su padre, un viejo relajado que ama hacer chistes, pone en jaque su forma de vida.

La película de Ade constituye un trabajo conjunto entre ella y sus actores, donde la cámara está puesta para capturar la transformación de sus personajes (de los modos en que se miran a sí mismos y al otro, de las pequeñas incomodidades y los exabruptos más visibles que se funden en sus cuerpos). Toni Erdmann observa de manera cómica el vínculo entre un padre y una hija cuyas personalidades parecen ser opuestas, pero no olvida nunca el entorno del cual se alimenta aquella distancia.

El film es, en el fondo, sobre un conflicto de generaciones. El mundo de Inés traza una imagen de una Europa decadente, de una Alemania del libre comercio, del “sálvese quien pueda”, del individualismo más ciego. Los personajes no lo explicitan a través de sus textos, pero Maren Ade se encarga de mostrarlo en sus acciones, en sus rostros cargados de tensión y desilusión. Así la mira a Inés su padre, un hombre que fue joven en otra época de la historia. Una clave sutil del film se esconde en el perro del protagonista masculino, que lleva su nombre en honor a Willy Brandt, figura del Partido Socialdemócrata de Alemania entre las décadas del ’60 y ’80. De ese modo, los vínculos en Toni Erdmann están marcados por un pasado prácticamente extinguido y un presente al borde del colapso.

Luego de establecer la brecha que separa a sus personajes, la película da un giro: el padre se hace pasar por un coach empresarial. Se trata de un alter ego que le permite acercarse al mundo de su hija y crear una dinámica de juegos y sorpresas a la que Inés se va entregando lentamente.  Toni Erdmann avanza en direcciones impredecibles, acompañando a sus personajes mientras se conectan y se rebelan ante un entorno encorsetado y frío. La rebeldía en los actos cotidianos de Inés y su padre son los que tuercen la narrativa, correspondiéndose con la rebeldía de Maren Ade y sus actores al crear esta película. 

La directora no juzga nunca a sus protagonistas, sino que los entiende en función de sus trayectorias y realidades. Hacia el final, los personajes han logrado correrse de un mundo que se olvidó de reír. Están confundidos, en el medio de un cambio incierto, y junto a ellos el cine se convierte en un lugar revelador. Si los premios Oscar quieren hacer justicia más allá de los discursos, el reconocimiento debería ir para los verdaderos rebeldes que se esconden entre sus ternas.

*Por Iván Zgaib

Palabras claves: Cine, Donald Trump, Maren Ade, Premios Oscar, Tori Erdmann

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