La importancia de llamarse Ernesto

La importancia de llamarse Ernesto
2 febrero, 2017 por Redacción La tinta

Los ensayos de lógicas para-consistentes de Ernesto Laclau –lo literal es metafórico- coloca la expresión populismo en el terreno de una historia compleja. El populismo como primera metáfora de lo que quedó de literal del marxismo.

Por Horacio González para Agencia Paco Urondo

Escuchándolo a Ernesto Laclau, siempre tuve un sentimiento extraño respecto a cómo actúa ante el mundo teorético alguien mismo que lo ha afirmado en su autoría. Ernesto hablaba de sus teorías describiéndolas como ante un pizarrón en el que estuvieran escritas, reclamándole exigencias de una actitud exterior y autorizada, diría satisfecha. No cuestiono nada de eso, me parecía enteramente simpático y mis interrogantes se lanzaban, en verdad, hacia los núcleos principales que él declaraba con una condescendencia pedagógica certera. Su teoría en cambio no concedía a ningún pedagogismo. Esta remotamente implicada en la tradición marxista, en la media en que ésta es abierta y compleja, poseyendo hoy una ramificación que no es posible abarcar ni extremando hasta sus límites más impensados un “árbol marxista de Porfirio”.

Recordemos algunas sentencias célebres de Marx donde están involucradas todas las historicidades efectivas y las irresoluciones inadvertidas que generó la vasta obra marxiana. La frase que coteja la asimetría y asincronía entre “fuerzas productivas y relaciones de producción”, deja en una sugestiva incerteza la cuestión del proletariado, respecto a su configuración autónoma subjetiva, y fundamentalmente, a su formación histórica en relación a su conciencia crítica. La frase “el ser social determina la conciencia”, actúa del mismo modo inseguro, al escindir ser y conciencia, lo que muchos marxismos posteriores intentaron reparar. Todo la obra de Lukács, de Karl Korch, de Henri Lefevbre, de Karel Kosik, de Althusser, de Sartre, incluso en su extremo, de Merleau-Ponty o de Derrida, son un intento de explorar algo que el propio Marx había sugerido en las tesis sobre Feuerbach, en torno a que el “lado activo de la sensoriedad fue desarrollado por el idealismo”. Es atendible la aclaración tardía de Lukács de que se ponía al proletariado en una situación apriorística, creo que la llamaba “autoatribuida”.

4a4adc9504cab05ec1b14e16733ff503En el caso de Laclau, recogió todas las evidencias de los estudios retórico-lingüísticos del siglo XX, la idea de hegemonía de Gramsci pero sin su atractiva filología, las variaciones en torno al significante que van desde Saussure a Levi-Strauss, no olvidó la idea de sedimento, el mismo tema que le preocupaba a Husserl para encontrar ideas esenciales despojadas de todo lo que recubriera el poder contingente de las prácticas.

Así, presentó un amplio abanico de ideas cuya “articulación” respecto a casi todas las grandes corrientes filosóficas del siglo XX, estaba significativamente presentado en ese “more geométrico” que actuaba absorbentemente desde el seno de su propia obra. Así se constituyó en una fuerte variedad del programa teórico del antiesencialismo y se quiso tan adverso al historicismo como los numerosos críticos que en los últimos años tuvo su obra. Las tensión entre diferencia y equivalencia –y la palabra tensión recorre impetuosamente todas las situaciones y ejemplos retóricos que da el libro de Laclau, La razón populista, tanto como lo hace su casi similar Potencia plebeya de García Lineira-, es una incertidumbre en que ningún término puede convertirse en un totalidad, concepto que tendría la característica de ser una estructura fallada o un objeto “necesario pero imposible”, foco práctico-místico de la gran aventura intelectual laclosiana. Dicho de este modo, la crítica al esencialismo se convierte en Laclau en una crítica a toda manifestación literal en el lenguaje. Este problema lo pone en las antípodas del otro gran revisionismo que lo antecede, por lo menos en cuanto a la “cuestión nacional”, el del austríaco Otto Bauer, que tenía bien en cuenta conceptos como “comunidad de destino”, ajenos tanto como los de Laclau al marxismo originario.

Los ensayos de lógicas para-consistentes de Laclau –lo literal es metafórico- coloca la expresión populismo en el terreno de una historia compleja, el de las izquierdas mundiales, pero les entrega una carta desafiante, la aparición de un nuevo nombre sustituto, que a diferencia del nombre de “marxismo”, renuente a sus auto-intervenciones fuera del dogma, se abriera a la imposición de un gran remplazo coreográfico: populismo como primera metáfora de lo que quedó de literal del marxismo.

¿Era posible? Las tesis contingencialistas de Laclau, a mi juicio, estaban en condiciones más cercanas de recrear un nuevo humanismo político que podría ser la forma narrativa de la razón populista. Me baso para esta afirmación en el uso que hace Laclau de las ejemplificaciones. Los ejemplos históricos que ofrece en el La razón populista son la inversa de los que leemos en El Príncipe de Maquiavelo, donde cada uno de los exempla crea su propia teoría. Laclau separa ejemplo y teoría por su vocación anti historicista, pero en mi opinión, tenemos aquí una formidable entrada para un nuevo diálogo con su obra.

Es claro que Laclau introduce un elemento que bordea la historia de las ideas, género que no aparece al comienzo de La razón populista y no reaparecerá en el resto del libro. Sin embargo, constituye su umbral en relación a las nociones de simulación e imitación de los “Psicólogos de Masas”, denigradores de las multitudes, que de alguna manera sospechaban o intuían los conceptos lógicos de indiferenciación y diferenciación lógica en la constitución del pueblo como ente activo. Laclau no se priva entonces de atraerlos hacía su lógica luego de despojados de sus errores subjetivistas. Lleva así a extremos una reconfiguración de la historia de las ideas, y con ella, la posibilidad de rehacer los cimientos de la historia del marxismo, cita a la de este modo, no obstante no concurre. Sopla el hálito de la deconstrucción y logicidad en la infinitud de sus sucesivas aperturas, sin cierre alguno.

Detengámonos en un ejemplo: he aquí un caso de expansión de las demandas equivalenciales. Hay insurrecciones cuyas características son ataques a revolucionarios laicos o meramente a los “ricos”. Por ejemplo: en Nápoles se ataca a los jacobinos, aliados de los “franceses ateos” y también porque “circulaban en carruajes”, Y durante la Vandeé, los campesinos atacaron a los revolucionarios de París más “porque odiaban a la ciudad rica que al propietario local”. Estos casos pueden transponerse a la idea de las masas indiferenciadas “que atacan al gobierno que más reformismo realizó en favor de ellas”. Este es un verdadero misterio laico de la política. Desde el punto de vista de la lógica de las equivalencias, esto solo podría resolverse si el elemento milenarista estuviese en posesión de la cadena de significaciones revolucionarias. Pero hay ciertas expresiones que tienen una resistencia inmanente para actuar en el seno de órdenes simbólicos con los que tienen un singular o tradicional antagonismo. Por eso, Laclau dice que el impulso nivelador puede aplicarse a diferentes contenidos, tanto de izquierda como de derecha, a la manera de un significante-vacío. Esto hay que estudiarlo, pero el populismo articulador no es eso, sino su antesala anómala.

Ernesto Laclau (FOTO PATRICIO PIDAL/AFV). Buenos Aires. 24-09-2013
Foto: Patricio Pidal/AFV

En otro ejemplo que rescatamos de nuestra memoria de lectura de los diversos libros de Laclau, se rememoran las demandas del Padre Gapón en la insurrección rusa de 1905 que fueron reprimidas con una matanza por el gobierno de Zar, que luego toma algunos de esos reclamos para apropiarse de ellos al servicio de su propia cadena de equivalencias. Entonces, puede tomarse una pieza al antagonista, pero en vez de “comerla” para descartarla, se la incorpora al seno de significaciones opuestas. ¿Y si ese fuera el destino de la política? El debilitamiento de lo óntico, de la experiencia del existir de las cosas en nombre de un estructura lógico-ontológica que cumple el papel de una estructura “necesaria pero imposible” signa estas consideraciones de Laclau, La razón populista, se encamina hacia una reflexión de corte retórico donde actos como “poner nombre” y “factores afectivos” intervienen para crear configuraciones populistas, es decir, formas de acción discursivas que encuentran su identidad no antes sino después de esos trabajos en términos de “guerra de posiciones”, concepto gramsciano que Laclau asemeja a la inscripción de una demanda en un orden permanente, institucional.

Si el pueblo es una “construcción” es evidente que no puede ser un mero emplazamiento técnico ni realista, sino el permanente entrecruzamiento de temas y discursos.

Escriben Laclau y Chantal Mouffe en Hegemonia y estrategia socialista: “Sinonimia, metonimia, metáfora, no son formas de pensamiento que aporten un sentido segundo a una literalidad primaria a través de la cual las relaciones sociales se constituirían, sino que son parte del terreno primario mismo de constitución de lo social. El rechazo de la dicotomía pensamiento/realidad debe ir acompañada de un re-pensamiento e interpenetración de las categorías que hasta ahora habían sido pensadas como exclusivas de uno u otro de sus dos términos. Sin embargo, la transición a la totalidad relacional que hemos denominado «discurso» difícilmente solucionaría nuestros problemas iniciales, si la lógica relacional y diferencial de la totalidad discursiva se impusiera sin limitación alguna. En tal caso nos encontraríamos con puras relaciones de necesidad y, según señaláramos anteriormente, la articulación sería imposible, ya que todo «elemento» sería por definición un «momento». Esta conclusión se impone, sin embargo, sólo si aceptamos que la lógica relacional del discurso se realiza hasta sus últimas consecuencias y no es limitada por ningún exterior. Pero si aceptamos, por el contrario, que una totalidad discursiva nunca existe bajo la forma de una positividad simplemente dada y delimitada, en ese caso la lógica relacional es una lógica incompleta y penetrada por la contingencia. La transición de los «elementos» a los «momentos» nunca se realiza totalmente. Se crea así una tierra de nadie que hace posible la práctica articulatoria. En este caso no hay identidad social que aparezca plenamente protegida de un exterior discursivo que la deforma y le impide suturarse plenamente. Pierden su carácter necesario tanto las relaciones como las identidades. Las relaciones, como conjunto estructural sistemático, no logran absorber a las identidades; pero como las identidades son puramente relacionales, ésta no es sino otra forma de decir que no hay identidad que logre constituirse plenamente. En tal caso, todo discurso de la fijación pasa a ser metafórico: la literalidad es, en realidad, la primera de las metáforas. Con esto llegamos a un punto decisivo de nuestro argumento”.

Pensando acabadamente estas definiciones (la apología de la identidad que nunca se constituye como tal, y solo en ese vacío es importante), percibimos la extrema radicalidad que tienen.

Hay un “exterior discursivo constitutivo” que pone todo lo real en estado de metáfora, y que compone al imposible todo social. Son paradojas del ser argumental de la vida (porque hay un vitalismo profundo en el trasfondo de estas consideraciones) que le sirven a Ernesto para esclarecer el funcionamiento de las ideologías, indispensables pero a la vez ineficaces para designar el campo de posibilidad del ser político.

Para lo cual, finalmente, se explayará sobre “los nombres de Dios”, escribiendo sobre Meister Eckart. El célebre «mito» de Sorel se le ofrece como modo intelectual del tratamiento con la diferencia y la igualdad de los enunciados de acción. El mito se torna, quizás como quería Sorel, en un revelador de lo que toda situación tenía como sedimento y es una introducción a la mística práctica de equivalencias, no como en Gramsci, “una posibilidad constructiva del Príncipe”. El mito no servía como plenitud del pensar, pero en su «falla» descubría una forma del ser. No podemos dejar de asombrarnos por las dimensiones que tomó esta teoría del vacío infinito. No sabríamos como llamarla, pero lo cierto es que al denominarse populista, evoca uno de los posibles nombres de la “clase proletaria nacional” –dificultoso tema- que es de lo que parecía que estaba hablando. Pero ese nombre era impronunciable o tenía múltiples sentidos, pues que cada vez que aparecía como un concepto literal, al mismo tiempo huía. Como en la obra de Wilde, “La importancia de llamarse Ernesto”. Ernesto era un nombre, y por extensión significante, todas las posibilidades de una práctica teórica.

*Por Horacio González para Agencia Paco Urondo

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