El turismo es la historia contada por un imbécil

El turismo es la historia contada por un imbécil
18 octubre, 2016 por Redacción La tinta

Los refranes de la cultura represora son un catecismo del sometimiento. De la resignación. De la estupidez. Por ejemplo: “viajar es morir un poco”. Demasiado fácil contraponerlo a “morir es viajar bastante”. Pero en la actualidad de la cultura represora, donde 15 días de vacaciones equilibran 345 días de trabajos forzados, ese “morir un poco” es idealizado. Las compañías de vuelos, tours, hotelería de alto standing, cruceros, tierras exóticas, etc., son adicciones legales que ocupan el alucinatorio social y político de las clases medias para arriba.

 

La cultura turista y turrista promedio es: inmediata, superficial, fuera de todo contexto, oportunista, reduccionista, a-histórica, sensiblera, desmesurada y amarreta por igual. Y de una candidez, ingenuidad y sencillez que simplemente dan asco. El turista quiere conocer todo pero solicita no entender nada. El guía es su gurú espiritual, su mesías, el Majdi, el único esperado. Un mundo feliz en la cajita feliz de una combi. Obviamente, siempre hay una pincelada social, incluso política.

Un guiño a la realidad real de la cual no conviene despegarse del todo. Son las estrellas fugaces del tour. Quizá para diferenciar de la realidad virtual, el casco queda oculto. Como el turista promedio es clase media alta y alta, los matices deben ser cuidadosamente vigilados. La miseria que se nota debe ser banalizada con frases del tipo: pobres hay en todos lados. Y pasar rápidamente al lado iluminado de la luna ya que los oscuros de la historia son solamente para los resentidos, los anarquistas, los malnacidos y los hombres y mujeres lobo.

El turismo es una industria sin chimeneas. No sale humo: salen dólares. Pero es su dimensión transnacional se ha convertido en otro opio no de los pueblos, sino de los que explotan a los pueblos. Cada uno tiene el opio que puede pagar. En el 2001 se puso de moda el turismo social. Europeos venían a entender cómo podíamos vivir con un dólar por día, como había titulado el diario Clarín. Turismo social que seguramente era sostén de interesantes papers de estudiantes y graduados de universidades de élite de la vieja Europa. También el turismo sexual. Cuidadosamente administrado por corporaciones internacionales.

Con su cara más siniestra, el turismo sexual con niñas y niños. También el turismo económico y financiero, que algunos llaman inversiones y flujo de capitales.

«El turismo es la industria más funcional a la cultura represora. Es la expresión más contundente de la banalidad del bien. Sin obreros, sin cultura proletaria, con una simbiosis entre turistas y servidores, hace realidad el mito burgués de la alianza de clases y la armonía universal»

El turismo quizá sea una de las formas de la modernidad líquida, de acuerdo con Baumann. La subjetividad turística es intensa y fugaz. Toca y se va. Por mucho que toque, nunca se queda. Y habitualmente tampoco sabe que está tocando y de dónde se está yendo. Me acuerdo del título de una película, muy anterior a la psicosis de internet y el tiempo on line. “Es martes, debe ser Bélgica”. Un título similar podría ser: “Son urnas, debe ser democracia”. Porque hemos entronizado un turismo democrático. O sea: diferentes paisajes, diferentes tours, diferentes beneficiarios, diferentes paquetes, diferentes compañías, diferentes operadores locales e internacionales… pero ¡siempre viajan los mismos!.

El turismo es la industria más funcional a la cultura represora. Es la expresión más contundente de la banalidad del bien. Sin obreros, sin cultura proletaria, con una simbiosis entre turistas y servidores, hace realidad el mito burgués de la alianza de clases y la armonía universal. A veces hay pequeños ruidos por una excursión que fracasa o una reserva que se cae. Pero poco ruido y siempre muchas nueces.

El fomento del turismo no es solamente una cuestión de ingreso de divisas. Las divisas ingresan, pero no solas. Cada turista es un Hernán Cortés que, sin quemar ninguna nave, intenta y muchas veces consigue, colonizar al turisteado. Turismo incluso matrimonial. Turismo político y turismo deportivo. En la selección argentina de fútbol tenemos un contingente de turistas 5 estrellas. Viajan mucho, entrenan poco, pierden y se van. Pero el operador AFA sigue facturando.

Afiliados a diversos partidos políticos, hacen turismo partidario. Cada partido, según le va en suerte, ofrece paquetes para turismo en el congreso, en el ejecutivo, incluso en el judicial. Ofertas que no se pueden resistir para que las vacaciones pagas que duran todo el año, puedan optar por nuevos destinos. Y siempre hay nuevas compañías con tours novedosos y atractivos paquetes. No faltará el imbécil que no solamente contará la historia que cuentan los vencedores, sino la historieta que cuentan los turistas.

De las decenas de miles que hacen del turismo la razón de su vida, hay muy pocos que tienen privilegios extraordinarios. El Jefe de Gobierno sin dudas es uno de ellos. Ya que tiene incluso residencia propia cuyo alto alquiler pagamos todos o casi todos los argentinos. Y parafraseando a Bernardo Verbitsky, puedo decir que Villa Riqueza también es América.

 

*Por Alfredo Grande para Agencia Pelota de Trapo.

Palabras claves: capitalismo

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