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El héroe descalzo

28 octubre, 2016 by Redacción La tinta

Garrincha fue el héroe popular perfecto. Parido en el vientre del Brasil profundo y pobre, se paseó por las canchas del mundo extasiando tribunas con sus gambetas. Después, peleó contra sí mismo para no volver a la miseria de la que había salido. Y perdió. En el medio, tuvo mujeres, muchos hijos y, sobre todo, mucha cachaça. En el día de su cumpleaños, una historia de Garrincha antes de ser leyenda.

La alegría del pueblo. Que te digan así. Digo, ese apodo. ¿Qué hay que hacer para que a uno se lo digan? Porque si uno se pasea por las canchas a pura gambeta, salpicando firuletes y desparramando muñecos, pero nació en cuna de oro, uno no es la alegría del pueblo. Podrá ser toda la alegría que quieras, pero nunca, jamás de los jamases, será del pueblo. Para eso, además de gambetear, hay que tener historias vividas bajo techos de chapa, haber puesto el lomo desde pendejo, cuando todavía el lomo no está listo. La forja de la pobreza da a ciertos personajes esa mística de haber sido puestos allá arriba por la propia inercia de las masas populares.

Una especie de justicia poética que sensibiliza y emociona a la vez que hermana a ese tipo con las clases oprimidas, que siempre son la mayoría. Así es la historia de Manoel Francisco dos Santos. La historia del que después fuera inmortalizado como Garrincha.

Pero arranquemos por un tal Volante. De él no tenemos muchos datos. Sabemos que es argentino y que quizás sea José Volante, que jugara en 1931 en Lanús, al año siguiente en Argentinos Juniors y luego en Ferro. Lo que sí sabemos es que en un día impreciso del año 1950, Volante está en São Januário, estadio del Vasco da Gama, encargado de hacer las pruebas a los chicos de todas las edades para sumar a los mejores a las divisiones juveniles. Es que el “Expresso da Vitória” había sido campeón invicto del campeonato carioca de 1945, 1947 y 1949 y, obvio, las multitudes de pibes entregaban su fascinación y sus sueños de cracks a la cruz de malta que lleva en el pecho la camiseta del Vasco. No hay mucho tiempo para cada uno. En un ratito en cancha deben evitar la sentencia negativa del verdugo: “no hace falta que vuelva”. El verdugo es Volante.

Entre los pibes que llegan para probarse, está Garrincha. Hasta ese día, sus 17 años podrían resumirse así: nació el 28 de octubre en Pau Grande, en la región de Magé, aunque fue anotado por su padre, Amaro, tiempo después con fecha de nacimiento el 18 de octubre.

Dejó el colegio en segundo grado. Recién conoció lo que era usar zapatos cuando hizo su primera comunión. Debutó sexualmente con una cabra. Empezó a trabajar a los 14 años en la América Fabril, la fábrica de algodón en la que trabajaba todo Pau Grande. Hizo todo lo posible para ser despedido, pero no lo logró hasta más de un año después y harto de él su padre lo echó de la casa. A los quince días, fue reincorporado. Pero ¿por qué la América Fabril aceptaba de Garrincha lo que no aceptaba de nadie? Sencillo: Franquelino, uno de los jefes de sección, era además presidente de SC Pau Grande y Garrincha ya era una de las estrellas del equipo juvenil. En el Pau Grande sólo jugaban trabajadores de la América Fabril. Franquelino había evitado el despido de Garrincha y había logrado su reincorporación. En 1949, el Cruzeiro do Sul de Petrópolis lo llevó a jugar la Liga Mageense. Iba a Petrópolis sólo los días de partido. Un taxista fanático de sus gambetas lo buscaba y lo llevaba.

En esta parte de la historia aparece São Januário y, fundamentalmente, aparece Volante. La historia la cuenta Ruy Castro en su maravilloso libro “Estrela solitaria: um brasileiro chamado Garrincha”. Un director de la América Fabril había convencido a Garrincha de ir a una prueba en Vasco da Gama. Garrincha llega y se pierde entre la multitud a esperar su oportunidad. Sabe que si entra al campo y le llega la pelota, hará lo mismo que en los infinitos picados de Pau Grande y entonces no habrá nada más que hablar. Valente se cruza con Garrincha entre la muchedumbre y se queda mirándolo: está descalzo, con medias y sin botines. Cuando el argentino, sorprendido, pregunta por qué no tiene botines, Garrincha miente que se los olvidó en su casa. La verdad es que no los había llevado por la verguenza que le daban esos botines viejos y rasgados. Confió que en un club como el campeonazo brasileño de esos años le iban a prestar un par. Pero no. Valente lo mira y sentencia: “sin botines, no juega”. En el tren de Raiz da Serra, Garrincha vuelve a Pau Grande sin haber entrado a la cancha.

Meses después, ya en 1951, el humilde club Serrano de Petrópolis le hizo firmar un contrato con un salario de treinta cruzeiros -un dólar- por partido más el almuerzo. Garrincha sólo duró tres meses. Dejó Petrópolis y volvió a donde quería, a jugar en el SC Pau Grande con sus amigos. Gratis. Estaba decidido: sería Garrincha en un club grande de Río de Janeiro o dejaría que lenguas anónimas pongan su nombre en las lista de los cracks que tenían todo para ser, pero no fueron.

El resto es historia conocida: el Botafogo, los campeonatos cariocas, la cachaça, la selección, los mundiales. Su magia. Sus bailes. La cachaça. La miseria. El olvido. De nuevo, la pobreza. La cachaça. La muerte. El recorrido perfecto del héroe popular. Ahora saben por qué es del pueblo. Lo de la alegría ni hace falta que se los explique, ustedes ya lo saben.garrincha

 

 

 

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