De amores románticos

De amores románticos
19 septiembre, 2016 por Redacción La tinta

Por Redacción La tinta

Amor, romanticismo, matrimonio, princesas. Las ideas y conceptos que mueven nuestras sociedades, son el resultado de luchas al interior de ella, y se cristalizan las que se corresponden con la visión hegemónica y funcional al sistema que se pretende sostener desde los centros de poder. Cuando afinamos el ojo reconocemos una idea de amor minada de trampas, que trae consigo varias cuestiones.

¡Cuidado lectora desprevenida! No estamos en contra del amor, no es que no sepamos o queramos amar o ser amadas. Se trata de aproximar qué se oculta en la forma de amar internalizada.

La Niña

Desde niñas nos enseñan y aprendemos -y aprehendemos- cuál es nuestro rol como futuras mujeres. Nos explican qué podemos hacer y qué no. Nos proponen que la imitación de las tareas del hogar o el desarrollo de la maternidad es un juego de niñas: jugamos a la cocinita, jugamos a las muñecas y a la mamá. Para Navidad: pinturitas, hay que aprender a disimular “imperfecciones” u ocultar el cansancio; para el cumpleaños: ropa rosa, color que simboliza nuestra condición de frágiles, tiernas, sensibles y débiles. El modelo hegemónico es la princesa: joven virginal, con inocentes curvas en su cuerpo. La norma monogámica es fundamental: dependeremos y soñaremos con un príncipe salvador, al cual se lo espera y espera -¡y con paciencia todo llega!-.

El reloj no para, crecemos y seguimos apre(he)ndiendo: que las chicas conversamos mucho, que siempre criticamos cómo se visten o comportan las demás, que somos chusmas, envidiosas y nunca sabemos qué queremos. La norma heteronormativa es indispensable: desde chiquita nuestro novio es papá, que además nos cela y lo celamos. Los hermanos asumirán el rol de protectores/propietarios. Esperaremos que ese niño que nos gusta nos mire y elija, y sino habrá que disputarlo con alguna otra.

amor-mujer-colonizadaAdolece ser mujeres: La Pinta

El paso de la escuela primaria al secundario, es el paso de la niñez a la adolescencia. Es tal vez en este periodo donde la norma se asienta para siempre, donde se profundiza y refuerza una forma de sentir, una conducta amorosa “verdadera”. Mucho antes se normó qué debemos sentir, de qué manera, en qué momento, con quién sí, con quién no.

La adolescencia se marca con el paso de niñas a señoritas, categoría que nos asigna el reloj biológico. Empieza el desborde hormonal, el cuerpo cambia, pero también cambia nuestra relación con él.

Con el bagaje de lo aprendido comenzamos el juego de romances. Damos inicio a la carrera de la competencia para ser elegida, la pérdida de la sororidad primaria, el sentimiento de soledad sin un varón. El mundo masculino comienza a poner la mirada en nuestro cuerpo, que se transforma en objeto de deseo o de debate, de comparaciones y de frustraciones.

Nosotras, que aprendimos a esperar, ahí estamos tejiendo y destejiendo la llegada del príncipe, “el amor verdadero”. Cada noviecito que se presente será el verdadero con el que queremos pasar nuestra vida, y llegará cargado de flores, bombones y ositos, formas de cortejo estereotipadas que simbolizan lo débil, tierno y banal del deseo de las mujeres. Así como con nuestro padres y hermanos, bajo las formas de cuidado, el noviazgo esconderá el control sobre el cuerpo, el deseo y la autonomía.

En la juventud ya sabemos que nuestro cuerpo es un objeto a disposición de otros, otros hombres u otros hijos, que el mayor proyecto de nuestra vida debe ser formar una familia (producir padres para nuestros hijos), y que si no queremos eso, entonces debe ser por elegir desarrollarnos en alguna práctica históricamente masculina: detentar algún poder, o ser muy exitosa en una profesión, una carrera, un deporte. Pero de todos modos sigue sembrada la semilla del fracaso: no tenemos a nadie que nos cuide. El amor romántico como dispositivo simbólico fue internalizado con éxito.

¡Vivan los novios! La Santa

No es difícil ver desplegada la violencia, la aceptación sumisa de ella, y su reproducción cotidiana en lo antes descrito. Si el matrimonio es el dispositivo material más efectivo para la reproducción del sistema, el amor romántico coloniza nuestra idea de afectividad desde el campo de lo simbólico.

Es el mejor invento para que el capitalismo produzca esos núcleos básicos de la organización social, la familia, que serán las encargadas de que la rueda siga girando. Así, cada sociedad moldeará las relaciones amorosas según sus necesidades socio-económicas. Imaginen que las relaciones amorosas de pronto se liberen, millones de cuerpos desmoralizados sintiendo sin ataduras. Como dice el colectivo Faktoria Lila en el segmento El Tornillo: “el sistema sería un lío”.

amor-romanticoEl amor romántico es entonces un mecanismo de control social, un anestesiante. Es tal vez de los atravesamientos más importantes de la ideología dominante, impactando fuertemente en la vida de las personas en general, y de las mujeres en particular. En nuestras sociedades está perfectamente determinado: es heteronormado, monógamo, en lo posible regulado y bendecido por el estado y la iglesia, y se pretenderá indestructible y eterno. Sino, otra vez, “el sistema sería un lío”. O dicho de otro modo: desafiaría el modelo de acumulación actual, y sus mecanismos fundamentales de reproducción.

“Yo soy esa cenicienta feliz en el final, en el principio, cuando descubrimos que el deseo es subversivo, y que puede derrumbar los castillos que nos resultaron fronteras y prisiones. Soy esa cenicienta que te cuenta que se puede cambiar, que se puede revolucionar nuestra propia historia y la historia de todxs, con imaginación, con alegría, con muchas iniciativas creativas –como este cuento– donde la belleza interpela nuestros sentidos, y nos invita a la aventura de la libertad” (Claudia Korol, prólogo de “La Cenicienta que no quería comer perdices”).

 

 

Palabras claves: Amor romántico, Control, Deseo

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