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Intelectuales orgánicos e intelectuales transgénicos

4 agosto, 2016 by Redacción La tinta

No hay que ocultar a la clase obrera nada de lo que a ésta interesa, ni siquiera cuando tal cosa pueda disgustarla, ni siquiera en el caso de que la verdad parezca hacer daño en lo inmediato; significa que hay que tratar a la clase obrera como se trata a un mayor de edad capaz de razonar y discernir, y no como a un menor bajo tutela. Antonio Gramsci, L’Ordine Nuovo, 17 de marzo de 1922.

Por medio de la noción de intelectuales orgánicos, Gramsci caracterizaba la labor de grupos específicos que cumplían funciones de producción, reproducción, conexión y cohesión ideológica que habilitan a las clases dominantes y las subalternas para sostener, respectivamente, la hegemonía y la disputa contrahegemónica. Se trataba de una apreciación en primera instancia descriptiva, que reconocía la existencia de estos grupos detrás de la construcción del orden burgués y, en otro nivel, prescriptiva, que sugería la necesidad de formar o reforzar una intelectualidad conforme a los intereses y la visión del mundo de los trabajadores.

Para estos últimos fines, Gramsci no pensaba en intelectuales de partido -entendiendo por partido una determinada organización política, siempre efímera- ni de gobierno o de Estado, sino en intelectuales del movimiento histórico, pensado como conjunto plural y multiforme de distintas expresiones sociales y políticas de las clases subalternas. Las tareas fundamentales de los intelectuales orgánicos serían fomentar la toma de conciencia al interior del movimiento e impulsar, hacia afuera, la guerra de trincheras en el terreno de la sociedad civil, disputando el sentido común a partir de núcleos de buen sentido. Esta función estratégica no implicaría una disciplina partidaria que eliminara la crítica interna, condición necesaria para que la toma de conciencia sea real y no desaparezcan artificialmente las contradicciones que acompañan a la construcción de toda subjetividad social y política desde abajo.

En este sentido, llama la atención que tanto en México como en otras latitudes latinoamericanas se asistiera en tiempos recientes a cruzadas de demonización de las críticas de izquierda al progresismo. En nuestro país, algo de ello afloró en la coyuntura electoral de junio de 2015, cuando algunos intelectuales de MORENA, legítimamente interesados en llamar a votar por su partido, recurrieron al fácil argumento de confundir a las izquierdas críticas con la antipolítica clasemediera y sociedadcivilista o a estigmatizarlas bajo el rubro de ultraizquierdismo estéril, simplificando al extremo todo cuestionamiento respecto del proceso electoral y de la oportunidad de participar de las instituciones estatales en la coyuntura suscitada por la desaparición forzada de los 43 de Ayotzinapa.

los movimientos emancipatorios requerirían del compromiso crítico, del ejercicio de la crítica no sectaria, de una intelectualidad orgánica difusa y no centralizada, que fomente el debate y los procesos de autoconocimiento y de toma de conciencia desde abajo, desde las experiencias de lucha

Con argumentos similares, se desató en tiempos recientes una ofensiva, algo desencajada en unos casos, en contra de los que sostenemos posturas críticas respecto de los gobiernos progresistas latinoamericanos, apuntando a un fin de ciclo o, en mi caso, al fin de la etapa hegemónica del ciclo y a un giro regresivo en la composición interna de los bloques de fuerzas y alianzas sociales y políticas que los sostienen y de la orientación de las políticas públicas en el contexto de la crisis económica.

El debate está extendiéndose y polarizándose. Decidió encabezar la cruzada, que involucra a intelectuales de reconocimiento y calidad variables, el vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera. Posiblemente al sentirse interpelado en su propio medio, a través de una serie de ironías descalificadoras de lo que definió como una “izquierda de cafetín” que, según él, critica desde una cómoda y remunerada distancia rehuyendo “el clamor de la luchas de clases”, siendo cómplice de las derechas restauradoras y enemiga de los verdaderos revolucionarios.

Al margen de las simplificaciones y del desafortunado formato humorístico elegido por García Linera para ridiculizar a una serie de personas y de organizaciones sociales y políticas, la descalificación de la crítica izquierdista va de la mano de la difusión y promoción de una intelectualidad de partido, fiel a la línea, disciplinada, acrítica, respetuosa de la cadena de mando y de la centralización política, que exalta los liderazgos carismáticos y es combativamente reactiva frente a toda crítica, venga de donde venga. Estos operadores intelectuales crean y venden un discurso triunfalista a la medida de los deseos y los intereses políticos de los partidos y gobiernos progresistas, sobredimensionando logros, minimizando límites, operando una serie de distorsiones y manipulaciones para justificar su actuación y orientación. Aunque buena parte de ellos estén convencidos y bien intencionados, la censura o autocensura en el ejercicio de la crítica modifica genéticamente el perfil auténticamente intelectual y, permítanme la ironía, más que intelectuales orgánicos tienden a transformarse en intelectuales transgénicos.

Por el contrario, los movimientos emancipatorios requerirían de una organicidad que se nutra del compromiso crítico, del ejercicio irrestricto de la crítica constructiva no sectaria, de una intelectualidad orgánica difusa y no centralizada, que fomente el debate y los procesos de autoconocimiento y de toma de conciencia desde abajo, desde las experiencias de lucha, inevitablemente contradictorias porque brotan de procesos históricos surcados por inercias subalternas, sobresaltos antagonistas y prácticas autónomas.

Porque, como subrayaba Gramsci, “decir la verdad es revolucionario”.

Por Massimo Modonesi.

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Filed Under: Opinión Tagged With: Álvaro García Linera, Gramsci, Izquierda

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