El rock fagocitado por la industria cultural

El rock fagocitado por la industria cultural
12 agosto, 2016 por Redacción La tinta

El rock es tan machista como machistas son los rockeros,
los rockeros son tan machistas como la Sociedad donde se educan,
y Cordera es un ejemplo ilustre de lo peor del patriarcado subido a un escenario.
No me sorprende ni me asusta.

Me indigna que se justifique un acto de violación,
me avergüenza la impunidad con que un rockstar abusa de su poder en una relación con una adolescente.

El rock como contracultura juvenil,
como expresión libertaria y transformadora
hace rato que fue fagocitado por la industria cultural
colocado en un estante de las rebeldías permitidas,
vendido a un precio altamente rentable
convertido en un grito inocuo y vacío.

Por supuesto que la chispa subversiva sobrevive en muchos artistas
y contagia a públicos necesitados de otras visiones que
discutan los paradigmas sociales
pero el rock que abusa de los golpes fáciles:
el de la pose de tipo duro y me importa todo un carajo,
el de las melodías pegadizas y repetidas,
el que se regodea en los pasillos VIP,
el que cree que se merece el éxito traducido en merca y chicas sumisas,
el que alimenta su ego en la mesa de los periodistas mercenarios del sistema,
de empresarios que levantan con pala el dinero de las entradas
mientras dejan a la Policía que discipline la fiesta de los sentidos.

Ese es un rock de leones y manadas
pero como en todas las expresiones artísticas
la batalla contra el sexismo, la discriminación y la violencia
necesita de ojos blindados y corazones críticos.

Si cantaste hasta desfallecer las letras misóginas de la Bersuit,
si avalaste los comentarios fascistoides de Pergolini,
si te gusta pomelear hablando de guachitas que hay que domar,
fijate bien porque Cordera es sólo la punta de un iceberg monstruoso que
muchas veces sostenemos con una patética actitud que alimenta a estas bestias.

La lucha es de igual a igual contra lo que hicieron de cada uno de nosotros
pero también contra el poder que se disfraza de rock
y te vende sus fugaces estrellas de cartón pintado
para que consumas y extingas en el arenero de tu conciencia
toda posibilidad de revolución colectiva.

(*) Pablo Ramos en Subversiones.

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