Cien ollas populares contra el hambre
Tienen rostros curtidos por el sol y siglos de trabajo acumulados en sus genes esos hombres y mujeres que en una jornada de frío intenso salieron de madrugada de sus barrios humildes para marchar hacia el centro de esa Ciudad que preferiría ocultarlos, no verlos, no sentirlos. Un poco por vergüenza y otro poco para no mirarse en un espejo que cada vez se agranda más y puede incluir hasta a quienes siempre se creen a salvo de la caída.
Jóvenes, niñas, niños, ancianas y ancianos marchando por las calles de Buenos Aires, en una gran caravana que da cuenta de la pobreza integral en que se encuentra una importante franja de la población. Es cierto que se venían arrastrando problemas que son casi crónicos para que esto suceda, pero es imposible negarse a reconocer que se han acentuado en los últimos seis meses, precisamente desde que el gobierno derechista, neoliberal y excluyente de Mauricio Macri se sirvió de los votos para instalarse en la Casa Rosada y aplicar desde allí políticas de matriz fondomonetarista.
Eso y mucho más pudo verse patentemente reflejado en la inmensa movilización que llevaron a cabo la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) y la organización Barrios de Pie este martes 19 de julio, día en que las organizaciones populares recuerdan la muerte de dos grandes revolucionarios: Mario Roberto Santucho y Envar El Kadri. El ejemplo de ambos seguramente revolotearía en esta manifestación de pies encallecidos por la miseria y el sufrimiento.
Como si fueran flores de invierno, el pobrerío caminó y caminó hasta que en un momento hizo surgir del pavimento cien ollas populares, enclavadas en otros tantos puntos cardinales de la urbe. La mayoría de ellas instaladas cerca de grandes supermercados de alimentación, dando cuenta de lo que se necesita y no se tiene en la mesa de cada familia barrial. Desafiando las carencias estructurales, un puñado de vecinas y militantes sociales nutrieron a los calderos de los elementos necesarios para que la muchedumbre pudiera recobrar fuerzas con un guiso tan popular como los comensales.
Había que verlos en los alrededores del Obelisco, “almorzando” en fraterno montón, mientras un público diverso, integrado por oficinistas, estudiantes y hasta ejecutivos trajeados y encorbatados pasaban a su lado y miraban la escena un poco con pudor y otro poco con envidia. Es que las risas que salían de los distintos corrillos eran contagiosas, a pesar de los múltiples problemas que cada uno de ellos y ellas cargan sobre sus espaldas. A un lado, cantaba presente un torbellino de niños jugando con las banderas que habían portado los mayores, aprovechando los rayos del sol que abrigaban, casi con ternura, a unos y otras.
Había que escuchar sus reclamos, que apuntan a que esa marea humana surcada por las necesidades, pueda sentirse como el que más, y no estar condenado a la marginación constante. “Queremos puestos de trabajo genuino”, dijo uno, y enseguida agregó: “reclamamos cese de las políticas represivas para los trabajadores de la vía pública”. Esto es así, porque no se trata sólo de la angustia del hambre, provocada por una inflación galopante que bordea el 44 %, sino que además, a la ola de decenas de miles de despidos y la falta de oportunidades que tienen los que nacen, crecen y mueren en villas de emergencia o en barrios carenciados, se le suma en los últimos meses la impronta agresiva de la policía metropolitana retirándolos como si fueran bultos de los sitios en que se concentraban miles de trabajadores callejeros. No sólo a ellos, sino que como ocurriera en los últimos días, hasta una joven que amamantaba a su hijita en una esquina cualquiera, fue violentada por un grupo policial femenino que la obligó con malos modos a retirarse del lugar porque “dar la teta en público está prohibido”. Si Eduardo Galeano viviera, cuanto material obtendría de esta Argentina de hoy para sus maravillosos relatos de injusticias y rebeldías.
Alrededor de las humeantes ollas, la vida cobra otro sentido para quienes las circundan, porque de allí salen aromas que son tan necesarios para darse fuerza e imaginarse otra forma de vida, otro hábitat que no sean los actuales. Y entre plato y plato, servidos por voluntarias surgidas de los mismos contingentes barriales, una mujer apunta dos reivindicaciones más a la lista de reclamos: “se hace necesaria la construcción y terminación de viviendas” y también la mil veces prometida urbanización de las villas. Y por último, algo tan elemental como la exigencia de alimentos para los comedores populares y los merenderos comunitarios.
Por esas cuestiones básicas que los oídos de los funcionarios del macrismo quieren ignorar o ningunear, la ola popular alumbró con sus consignas y protestas las calles, marcando una pauta indispensable para que siga creciendo la resistencia y la lucha. Con pocos días de diferencia al “ruidazo” bulliciosos y estridente producido por el repicar de cacerolas se le suma ahora este “ollazo” que serpenteó la ciudad en toda su dimensión. Ambas acciones apuntan a un mismo objetivo: pararle la mano a Macri y sus ministros trasnacionales.
Por Carlos Aznárez.