Manchar la pelota: politizar el fútbol para salvarlo de su miseria

Manchar la pelota:  politizar el fútbol para salvarlo de su miseria
20 abril, 2017 por Redacción La tinta

La muerte de Emanuel Balbo nos paralizó. Nos dejó mudos. Sin embargo, tras el shock, el fútbol nos reclama que lo repensemos. Para salir de la parálisis, Pablo Weber y Franco Balaguer piden la pelota, la hace circular ocupando el ancho de la cancha desde lo local a lo global, desde la industria del espectáculo a la cultura del aguante: “Hay que construir un discurso político en torno al fútbol”. ¿Podemos pensar la hinchada como un espacio de construcción comunitaria?

Por Pablo Weber y Franco Balaguer para La Tinta

I

La historia nos la sabemos de memoria: En 1989 el bloque comunista comienza a desintegrarse, cae el muro de Berlin, Roger Waters toca The Wall para millones de espectadores en las ruinas de la pared que dividía al mundo, Ceausescu es asesinado en vivo en la televisión rumana, el mundo entero canta al unísono Un’estate italiana, la canción de Italia ‘90, Metallica toca en la Plaza Roja de Moscú; 250.000 personas y los guardias del ejército rojo creado por Trotsky se suben a los hombros de sus compatriotas para hacer el cuernito. El sueño de Ronald Reagan se cumple: “Mr Gorbachev, Tear down this wall!”. La tiranía, el pensamiento único, la necedad, el atraso son derrotados frente a la libertad, la prosperidad multicultural y la tolerancia democrática. Las economías planificadas ceden ante el caos perfecto de los mercados. Bobby Fischer le gana a Spassky otra vez. La revolución fue televisada, traída a nuestros hogares gracias a los reporteros de la CNN. Estados Unidos se establece como el hegemón mundial y el resto; a gozar la dulce, dulce danza de la mercancía.

II

Hasta la derrota histórica del socialismo realmente existente, el deporte jugaba un papel crucial en tanto objeto de lucha político-hegemónica entre naciones que representaban sistemas políticos antagónicos: el famoso medallero olímpico, que tanto los políticos de USA como los de la URSS miraban de reojo como si la victoria del equipo de natación asegurara la superioridad de los sistemas sociales que dichos países representaban. En este mundo moderno en el que vivimos, en el que Bono nos llama a ayudar niñitos africanos con sus shows patrocinados por la MTV, Starbucks nos interpela a ayudar a la contaminación global comprando su café orgánico y los líderes del mundo se comunican compartiendo imágenes de sus mascotas e hijos a Instagram, el deporte es un elemento más de la maquinaria industrial del espectáculo: el elemento representativo del triunfo del capitalismo como forma de gobierno global. La Champions League es el Sillicon Valley del fútbol: oligarcas rusos, jeques del petróleo árabe y banqueros suizos invierten sus fortunas y gran parte de la materia prima es extraída de los cuerpos de las joyas africanas y latinoamericanas, las cuales son transformadas en arquetipos a partir de los cuales individuos de todo el mundo construyen sus sueños y sus deseos; cuerpos de culto esculpidos sobre la base del esfuerzo, la dedicación y la sobre-exigencia farmacológicamente estimulada, elementos fundamentales de eso que Jorge Alemán llama las subjetividades neoliberales construidas en torno a nociones empresariales tales como la autoexigencia, la autodisciplina y la autoayuda: ideología pura que consumimos voluntariamente cuando vemos fotos del cuerpo esculpido de Dybala en nuestra timeline de Instagram o noticias de MundoD sobre el nuevo corte de pelo de Messi en nuestro Facebook. La excelencia de los movimientos de los cuerpos esculpidos, observada por los espectadores con éxtasis y rigurosidad científica, que antes era una característica fundamental de las películas del culto al cuerpo ario de Leni Riefenstahl durante el nazismo, hoy son integradas por la televisación transnacional a partir de elementos tales como la cámara súper lenta y el Full HD: en ese sentido el consumo audiovisual del Fútbol hoy es una variante de la Pornografía.

III

El pasado fin de semana ocurrió un hecho que conmovió la opinión pública: una persona fue arrojada al vacío en pleno estadio Kempes a la vista de todos. El guión ya fue escrito: indignación social, diagnósticos sobre la enfermedad del país, sobre «los violentos de siempre», alabanzas a lo que el fútbol supo ser y que ha sido perdido para siempre. ¿Cómo salir de eso? ¿Cómo evitar la incesante repetición de lo mismo; Horacio Pagani haciendo análisis sociológicos sobre el “fracaso argentino”, la población clamando en Twitter por la renuncia de un DT que jugó menos de ocho partidos, los hinchas pidiendo efusivos políticas represivas contra los inadaptados, conflictos maritales entre jugadores, la lógica de Intratables que se cuela en todos los aspectos de la existencia? ¿Qué espacio queda para la intervención política en un panorama en el cual periodistas extorsionan a dirigentes con información en pleno prime-time y las decisiones de la AFA se toman a espaldas de la población, en oscuras reuniones en las cuales las élites económicas dirimen sus conflictos de intereses por fuera de cualquier tipo de control democrático? ¿Existe una manera de pensar el deporte y en este caso el fútbol por afuera de las lógicas competitivas, la búsqueda incesante del triunfo y la aniquilación del otro; por afuera del espectáculo y los medios masivos de comunicación? ¿Puede ser ésta una posibilidad para pensar el fútbol como una herramienta transformadora?
Como señala Jennifer Hargreaves, el deporte puede ser utilizado para apoyar y reafirmar los valores de la sociedad dominante, pero también posee el potencial suficiente para ser una herramienta emancipadora: todo depende de las condiciones sociales en las cuales la práctica esté inscripta. ¿Pueden ser pensadas las lógicas del aguante, la pasión y el folklore, como categorías morales de resistencia frente al panorama del cinismo y la contemplación posmoderna del mundo instauradas como el consenso hegemónico luego del fracaso de los proyectos colectivos de emancipación? La teoría del aguante, desarrollada por el sociólogo Pablo Alabarces, consiste en pensar las lógicas propias de las hinchadas de fútbol en el marco de las sociedades neoliberales: la defensa de los colores, el valor de los trapos, los mensajes de los cánticos. «Albirrojo no me importa lo que digan, el periodismo, la policia, sos lo más grande que hay en mi vida» reza una canción de la hinchada de Instituto. El aguante es un complejo sistema de valores en el cual muchas veces se pone el énfasis en el choque con instituciones poderosas como el aparato represivo del Estado y los medios de comunicación, en defensa del honor colectivo e individual. ¿No reside ahí precisamente la potencialidad emancipadora de esta lógica? Por otro lado, el aguante conlleva una salida de la lógica exitista de los mercados con respecto a la victoria y la derrota: el que aguanta es aquel que va más allá, el que no abandona nunca, el que resiste. Ahora bien, esto no quiere decir que los cánticos y las prácticas de las hinchadas sean espontáneamente ejercicios de resistencia, resulta interesante en este caso pensar cómo se traslada a la acción social y política fuera de este marco, y analizar cómo se puede transformar esta moral alternativa en una dirección ideológico-política que busque combatir no sólo en el plano de los lazos sociales, sino en la formación de subjetividades políticas emancipatorias.

¿Qué espacio queda para la intervención política en un panorama en el cual periodistas extorsionan a dirigentes con información en pleno prime-time y las decisiones de la AFA se toman a espaldas de la población, en oscuras reuniones en las cuales las élites económicas dirimen sus conflictos de intereses por fuera de cualquier tipo de control democrático?

Otra posibilidad nos la brinda la noción de potrero, esa palabra que nos lleva a pensar en un campito, una plaza, una calle asfaltada: un lugar donde se realiza la práctica del fútbol por fuera de cualquier marco institucional. Jugar. Jugar por jugar: no por el contrato con la aerolínea de Qatar, pensando en la selfie del vestuario, en los representantes. En el momento en el que uno juega, se desencadenan sensaciones y pensamientos que son únicos a dicha experiencia, hay un valor allí que funciona como móvil de gran parte de los actos humanos, aquellos que realizamos sin otra intencionalidad que el gusto, o por el placer de hacerlos. Un espacio de liberación; donde lo que opera no es una finalidad productiva establecida por fuera del juego, sino el puro goce del movimiento del propio cuerpo como un fin en sí mismo. De esta forma el movimiento toma un carácter revolucionario.

IV

Hay que construir un discurso político en torno al fútbol, articular la potencialidad de las lógicas del aguante y la pasión por el fútbol en pasión política con voluntad transformadora de la realidad: politizar el fútbol para salvarlo de su miseria. ¿Qué significa politizar algo? Para responder a estas preguntas puede resultar interesante retomar el pensamiento de Íñigo Errejón, pensador y político español y discípulo de Ernesto Laclau. En su visión, lo político es la dimensión de conflicto que existe intrínsecamente en las relaciones humanas y que, por ende, instituye, crea lo social. La política es el intento de domesticar lo político, organizando la conflictividad inherente a la existencia humana de una manera concreta. La imposibilidad de cerrar con lo político, es decir, como creía el marxismo más ortodoxo y como cree aún el neoliberalismo, de construir una sociedad sin conflicto en la que nos tengamos que dedicar a la mera administración de lo existente, es justamente lo que deja abierta la ventana para introducir cambios en la vida social. Politizar no es otra cosa que convertir una diferencia en la sede de un conflicto, y esto puede producirse en cualquier ámbito de la vida, en el trabajo, en la familia, en el amor incluso. La violencia en el fútbol, por ejemplo, no implica necesariamente, inmediatamente, directamente, un conflicto político; solo se da el caso si ésta es entendida dentro de una articulación discursiva que sea, además, política: que señale culpables de este “problema”, que construya un relato sobre por qué sucede y que fije una meta concreta acerca de cómo cambiarlo: la politización es un proceso pedagógico de construcción de relatos colectivos. El deporte es un ámbito particularmente interesante para construir relatos sobre lo social. Las élites políticas de todos los estados-nación son conscientes de ello y deliberadamente construyen identidades y consensos a partir del deporte: ya sea una publicidad de YPF, Quilmes, la inauguración de los J.J.O.O o el canto al himno antes de los partidos de la Copa Mundial, el deporte también es un espacio en el cual los pueblos nos vemos reflejados y proyectamos los relatos sobre quiénes somos, cuáles son los símbolos que nos unen, que nos hablan sobre nosotros mismos, nuestro pasado y nuestro futuro.

Para articular un discurso mayoritario tenemos que poner el énfasis en el carácter oligárquico de los manejos económicos y políticos del fútbol y la progresiva sustracción de la voluntad popular que ha acarreado la construcción de la industria futbolística en un negocio de carácter mundial. ¿Por qué los argentinos no tenemos voz en la AFA? ¿Por qué no podemos disfrutar de nuestras estrellas en nuestras canchas, vistiendo los colores de nuestros equipos? ¿Por qué los dirigentes son más fieles a las barras que a los hinchas? ¿Podemos pensar la noción de hincha por afuera de las lógicas de los medios masivos de comunicación, es decir, por fuera de la categoría de consumidor? ¿Podemos pensar la hinchada como un espacio de construcción comunitaria? ¿Podemos ser los hinchas dueños de nuestros destinos? Este asunto está ahora y para siempre en tus manos, nene.

*Por Pablo Weber y Franco Balaguer para La Tinta

Palabras claves: Emanuel Balbo, Violencia en el fútbol

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