Torturó, escapó y lo atraparon

Torturó, escapó y lo atraparon
6 febrero, 2017 por Redacción La tinta

Luego de tres años y medio prófugo, el ex mayor Olivera fue atrapado. Había huído del Hospital Militar. Se ocultó en San Rafael, cobijado por los curas abusadores de menores del Verbo Encarnado. Una historia de la Argentina violenta, oscura y perversa.

Por Ricardo Ragendorfer para Nuestras Voces

El ex mayor Jorge Antonio Olivera –condenado a prisión perpetua por delitos de lesa humanidad y prófugo desde el 25 de julio de 2013, tras evadirse con otro represor, el ex teniente Gustavo De Marchi, del Hospital Militar– culminó su tránsito por la clandestinidad de una manera poco castrense: sus captores lo encontraron escondido en posición fetal dentro del baúl de un automóvil. La pintoresca escena transcurrió en el jardín del chalet de San Isidro donde reside su esposa. Corría la mañana del último lunes de enero.

Ambos represores hallaron cobijo en el Instituto del Verbo Encarnado, los días posteriores a la fuga. En ese lugar también estaba el sacerdote Carlos Buela acusado por abusos sexuales cometidos a seminaristas. Una congregación ultraconservadora asentada en la ciudad mendocina de San Rafael.

Tal hospitalidad se vio embellecida por un detalle sanguíneo: el reverendo padre Javier Olivera, primogénito del “Carnicero de San Juan” –así es como se lo conoce al personaje en cuestión–, pertenece a sus filas. Pero cuando el fiscal Francisco Maldonado ordenó allanar aquel sitio, ellos ya habían puesto los pies en polvorosa.

De Marchi fue detenido a fines de 2015 en una calle del barrio de Almagro. En cambio, el paradero de Olivera seguía siendo un misterio. Pero un cruce de llamadas bastó para localizarlo. Así, irrumpió en su guarida un grupo de la Policía Federal encabezado por el fiscal Franco Picardi. La mujer del militar, Marta Ravasi, insistía en negar su presencia. Sin embargo, él había dejado en ese lugar la estela de su rastro: la cama matrimonial estaba deshecha en ambos lados y, por el apuro, Olivera se olvidó de ocultar su pijama. Ya se sabe que esta vez no tuvo escapatoria. Y ahora está nuevamente tras las rejas.

El abogado del mal

La última vez que a De Marchi y Olivera se los vio juntos públicamente fue el 4 de julio de 2013 en un enorme salón de la Universidad de San Juan, luego de ser leídas las sentencias del Tribunal Oral Federal de esa provincia para siete represores. Los mostachos plateados del ex teniente parecían el manubrio de una Harley-Davidson. Y la estampa del ex mayor tenía cierta semejanza con la del beato Ceferino Namuncurá, pero con mirada dura. La pena a perpetuidad que acababa de obtener no había alterado su expresión de piedra.

Tres semanas después, al ser llevados al Hospital Militar Central “Cosme Argerich” por presuntas razones médicas, ambos, de pronto, se esfumaron. Es obvio que las “razones médicas” fueron parte de un plan. En la autorización para sus traslados desde la cárcel cuyana de Chimbas al penal bonaerense de Marcos Paz, intervino con tesón una psicóloga de dicho nosocomio castrense: la licenciada Marta Ravasi.

Después se supo que el trasfondo de la fuga incluía funcionarios judiciales, personal de las Fuerzas Armadas, agentes del Servicio Penitenciario Federal (SPF) y hasta médicos. De hecho, siete oficiales del Ejército fueron pasados con premura a retiro, se ordenó el relevo de la cúpula hospitalaria y también la disponibilidad de siete efectivos del SPF. Así fue que Olivera, una estrella del terrorismo de Estado, se convirtió en el prófugo más buscado del país.

Diez años antes, un estudio jurídico con oficinas en un sobrio edificio de la calle Tucumán, frente al Palacio de Tribunales, había puesto el siguiente aviso en el Diario Popular: “Kioscos: no a la ley seca. Defienda sus derechos”. Sus dos socios eran especialistas en amparos para torear la norma municipal que vedaba la venta de bebidas alcohólicas en horas de la noche. Uno de ellos, al tratar con los clientes, solía prevenir: “Vamos a ver qué juzgado nos toca.” Su voz transmitía una gélida amabilidad. A sus espaldas resaltaba un crucifijo y una enorme fotografía enmarcada del malogrado crucero General Belgrano. El doctor no era otro que Olivera, ya reciclado en hombre del Derecho.

En ese rol supo patrocinar –además de kiosqueros– a personajes como el general Guillermo Suárez Mason, el almirante Emilio Eduardo Massera y el criminal de guerra nazi Erich Priebke, entre otros genocidas de fuste.

A la vez, sumó prestigio profesional entre los uniformados al lograr en 2002 que la Justicia dejara sin efecto el recorte salarial del 13 % en el Ejército, impulsado por el gobierno de la Alianza. Su plato fuerte ya eran las querellas contra el Ministerio de Defensa por actualizaciones de haberes del personal de las Fuerzas Armadas. Por lo tanto, fue el máximo animador del festival de cautelares que alegró por casi tres lustros a la familia militar. Pudo amasar así una fortuna con juicios al Estado y creo fideicomisos millonarios para suavizar sus propios apuros y los de sus pares más dilectos.

En 2000, además, se atrevió a impulsar en el Tribunal de Estrasburgo una causa contra la ex premier Margaret Thatcher por el hundimiento del crucero General Belgrano en la Guerra de Malvinas. Por tal razón, en agosto de ese año partió a Europa. Nunca imaginó el costo de aquella osadía.

“¡Olivera!”, le gritó una empleada de Aerolíneas Argentinas en el aeropuerto de Fiumicino, en Roma. El grito lo sorprendió. Y también a doña Marta. Ellos habían disfrutado en la Ciudad Eterna de una segunda luna de miel, al cumplir 25 años de casados. Mayor aún fue la sorpresa del militar al oír la siguiente frase: “Está arrestado”. Había sido pronunciada por un funcionario de Interpol.

Al llegar la noticia al Río de la Plata, los voceros del Ejército deslizaron la siguiente hipótesis: “Todo se debe a una conspiración inglesa”. Aludían, desde luego, al reclamo del mayor retirado en el Viejo Continente.

En realidad, su captura había sido ordenada por el juez francés Roger Le Loire, debido a la responsabilidad de Olivera en la desaparición de la modelo franco-argentina Marie-Anne Erize. Su defensa en Italia fue asumida por un conocido abogado neofascista, Augusto Sinagra, quien fue defensor del mítico gran maestre de la Logia P-2, Licio Gelli. Y con la ayuda de la inteligencia del Ejército –que envió documentación falsificada a Italia–, Olivera recuperó la libertad tras 42 días de cárcel. No obstante, el fantasma de Erize lo perseguiría hasta el presente.

Recuerdos de provincia

El 15 de octubre de 1976, la ciudad de San Juan había amanecido bajo un sol radiante. Durante la mañana, una muchacha entró a la bicicletería situada en la esquina de Tapia y Mariano Acha. Ella era muy delgada, de cabello llovido y ojos verdes. Su bicicleta tenía un problema de frenos. Una hora después la iría a buscar. Y se marchó.

Desde el negocio, el dueño vio como ella era interceptada por un sujeto; sus modos eran agresivos y amenazantes. El tipo la arrastraba de un brazo. El bicicletero, entonces, salió, para interponerse en la situación. Se lo impidieron otros dos tipos. Uno de ellos le apoyó una pistola en la sien. Y sus palabras fueron: “Guardá la bicicleta, seguro que alguien va a venir a buscarla”. Marie-Anne había caído en el agujero negro de la represión.

Ella había nacido en el seno de una familia francesa residente en Argentina. Vivió su infancia en pleno monte misionero; fue finalista del concurso “Miss Siete Días” y su figura ilustró varias veces la tapa de la revista Gente. Luego empezó a estudiar Antropología en la UBA, además de trabajar en la Villa 31, de Retiro, junto con el cura Carlos Mugica, a la vez que iniciaba su militancia en Montoneros. En 1975, su pareja, Daniel Rabanal, cayó en Mendoza. Marie- Anne se refugió en San Juan.

Ahora se sabe que la patota que la secuestró fue encabezada por el entonces teniente Olivera. Lo acompañaban los oficiales Eduardo Bic y Eduardo Daniel Cardozo, hijo del temible general Cesáreo Cardozo, ajusticiado en un atentado montonero mientras estaba al frente de la Policía Federal. El trío llevó a su víctima a un camping de suboficiales del Ejército llamado La Marquesita, que funcionaba como centro clandestino de detención. En ese inframundo, Olivera y Cardozo tuvieron un fuerte entredicho al disputarse entre ellos el derecho de violar a la cautiva. Marie-Anne fue asesinada poco después.

Olivera, hijo de un gendarme, había nacido el 10 de agosto de 1950 en la ciudad misionera de Posadas. Egresó del Colegio Militar en 1971 y su primer destino fue un regimiento de Junín de los Andes, en Neuquén. Recién en 1975 llegó a San Juan, donde fue jefe de inteligencia del Regimiento de Infantería de Montaña 22. Vivió dos años en esa provincia cuyana, junto a su joven esposa, quien, además de psicóloga, era informante del Ejército. Después, él tuvo destinos en La Plata, Posadas y Corrientes. Ya en 1984, ocupó un puesto en el comando de paracaidistas de Córdoba. Tres años más tarde, se plegó a la rebelión carapintada de Aldo Rico. Y por las leyes de Obediencia Debida y Punto final, los procesos en su contra quedaron en la nada. Su siguiente paso fue convertirse en abogado. Alternó dicha profesión con su militancia en el Movimiento de Dignidad Nacional (MODIN), liderado por su dilecto amigo Rico. Incluso, presentó su candidatura a diputado en las elecciones de 1999, pero sin éxito. Aun así, la vida parecía sonreírle.

En diciembre de 2007, el juez federal de San Juan, Leopoldo Rago Gallo, ordenó su detención y la de otros oficiales y suboficiales del Ejército, por las torturas a las que fue sometida la actual jueza Margarita Camus, nieta del ex gobernador de esa provincia, Eloy Camus. Entonces fueron arrestados los suboficiales Osvaldo Benito Martel y Alejandro Víctor Lazo. Pero Olivera y Vic se dieron a la fuga.

Olivera llevaba un año prófugo. Acostumbrado a la impunidad, deambulaba tranquilo por las calles de San Isidro, en donde compartía con doña Marta un suntuoso chalet. En la mañana del 3 de noviembre de 2008, una brigada de la Policía Federal le alteró la rutina. El represor intentó resistirse, pero fue reducido. Se trataba del mismo lugar donde sería capturado 99 meses después. Vueltas de la vida.

*Por Ricardo Ragendorfer para Nuestras Voces

Palabras claves: Dictadura Cívico-Militar, golpe de Estado

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