Mediocridad

Mediocridad
8 febrero, 2017 por Redacción La tinta

Por Hugo Seleme

El mediocre tiene la conciencia necesaria para advertir que no vale mucho, y la vanidad tranquilizadora de creer que los otros valen menos. Lo primero, le permite soportar la humillación y el maltrato, haciéndolo víctima propicia del atropello. Ve el castigo que se le infringe como una especie de expiación de su propia torpeza. Lo único que exige a cambio, y aquí es donde ingresa el segundo elemento vinculado con la vanidad, es que otros sean más humillados y maltratados que él. Si los otros valen menos, el castigo no puede ser idéntico. El mediocre no pretende estar bien – sabe que no lo merece – sino que otros estén peor. Su vanidad lo mueve a sobresalir, pero tiene conciencia de que sólo puede destacarse por hacer que desciendan quienes lo rodean.

El mediocre no aspira a tener mayores derechos. Quiere mantener los que posee con la única condición de que los otros no los adquieran o, si esto ya ha sucedido, los pierdan. El mediocre es conservador, sólo quiere proteger lo que ya tiene y percibe siempre en riesgo, porque íntimamente piensa que no lo merece. El mediocre está a favor de la jerarquía que lo ubica en su lugar subalterno, no aspira a tener lo que sus amos disfrutan sino sólo a que otros no posean lo que el ya tiene. Está en una eterna carrera donde lo que lo mueve no es llegar a la meta sino impedir que los otros lo hagan. No lucha por ganar sino para que pierdan los que están por debajo de él.

Su auto-estima no se funda en lo que posee sino en lo que otros carecen.

La mediocridad representa un grave riesgo para los gobiernos democráticos e igualitarios. Lo que estos gobiernos muestran como logros – la igualación y ampliación de derecho – son para el mediocre amenazas. Como la ampliación de derechos propios no le interesa, ve con relativa indiferencia los logros que la democracia ofrece. Como la igualación de derechos va en contra de su convicción de que los demás son peores, el único fundamento de su pobre autoestima es puesto en riesgo. No importa cuánto aumente su poder adquisitivo, sus derechos y oportunidades. Si percibe que también está aumentando lo que recibe quien está por debajo de él, será un opositor feroz. Los gobiernos igualitarios y democráticos ponen en riesgo la jerarquía negativa que alimenta su auto-estima, donde lo mejor es no ser el que está peor.

Por el contrario, el mediocre se mostrará inclinado a apoyar gobiernos que cercenan sus propios derechos, recursos y oportunidades. Solo es necesario que el mediocre perciba que otros han sido más perjudicados que él. Estos gobiernos afianzan su autoestima y le aseguran su posición de dominio en la jerarquía negativa. No le interesa que los que están por encima hayan ampliado la brecha, ni que él mismo haya perdido, siempre y cuando los que están por debajo hayan descendido más que él. Los números alarmantes de pobreza, desempleo, recesión, que indefectiblemente producen los gobiernos que sostiene, no conmueven sino que refuerzan su apoyo.

Dado que su autoestima se funda en el resentimiento, mientras peor sea la situación general, mayor valor tendrán las migajas que definen su posición simbólica dentro de la jerarquía negativa. No le importará que su sueldo haya perdido poder adquisitivo, si sabe que hay muchos que ya no tienen trabajo. No le importará que ahora haya tenido que volver a hacer números para llegar a fin de mes, si sabe que hay otros que no tienen para comer. No le importará que el precio de la nafta aumente, si sabe que hay otros que ya no pueden comprar un vehículo. Tampoco lo conmoverá saber que las petroleras y sus socios nacionales han multiplicado sus ingresos, o que la quita de retenciones agropecuarias han beneficiado a quienes más tienen y explica la suba de lo alimentos, o que ha sido girado al exterior un monto de divisas equivalente al adquirido a través de los préstamos contraídos por el Estado durante el último año, porque lo que funda su autoestima es la distancia que lo separa de quienes están por debajo sin importar cuanto se alejen quienes están por encima.

El mediocre no pretende estar bien – sabe que no lo merece – sino que otros estén peor.

En la sociedad jerárquica que engendra al mediocre, y que el mediocre se esfuerza por mantener, ser libre no consiste en que otros no ejerzan dominio sobre uno, sino en ejercerlo sobre los demás. Por esta razón, para el mediocre es indiferente que quienes se encuentran por encima le recorten recursos y derechos, siempre y cuando se garantice su situación de superioridad y dominio sobre quienes tiene por debajo. Para él, adicionalmente, cualquier intento de mejorar la posición de quienes están por debajo es percibida como una amenaza a su libertad. Dicho metafóricamente, el mediocre es el esclavo que se siente amo porque percibe que debajo de él hay otros esclavos.

La mediocridad de los que se sienten afortunados por los derechos que otros pierden es el combustible que prende fuego y reduce a cenizas a los gobiernos igualitarios, mientras alimenta el motor que mantiene en movimiento a los gobiernos conservadores e indecentes. A diferencia de otros años muchos no han podido salir de vacaciones porque sus bolsillos están más flacos y todo está más caro. Sin embargo están disfrutando, sudorosos, escondidos en sus madrigueras, espiando el verano por la ventana del televisor, con la alegría miserable de saber que otros están peor.

*Por Hugo Seleme

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