Ese niño, el Che

Ese niño, el Che
22 febrero, 2017 por Redacción La tinta

Por Sergio Alvez para Pelota de trapo

La mujer guaraní sostiene las manitos del niño. Él, así con los brazos extendidos verticalmente y la sonrisa impaciente, mueve los pies en busca de dar los primeros pasos de su vida. Estamos en Caraguatay, Misiones. Es 1929. Ese niño, de 14 meses, aprende a caminar en ese rincón de selva, sujeto a las manos pacientes de la criada originaria de la familia. Ese niño, que da un pasito, otros más, y sonríe ante la inmensa aventura de andar, se llama Ernesto pero le dicen Teté. Algunos cuantos años después y para siempre, Ernesto será simplemente “El Che”.

“Allí en la misteriosa Misiones todo es obsesionante: la selva impenetrable llena de enormes árboles que ocultan el sol con lianas é isipó. El yaguareté, el gato onza, el puma, el yacaré y el oso hormiguero son los dueños de la región para hacer que todo Misiones atrape y atrae”, contará don Ernesto Guevara padre, su mirada desde Caraguatay, a dónde arribó en 1926 atraído por la “fiebre del oro verde”, como se denominaba a la obsesión de miles de colonos que arribaban a este rincón del mundo persiguiendo el sueño de enriquecerse a costa de la yerba mate.

La imagen que describe el papá del Che es propia de aquellos tiempos, previos a las heridas que el “progreso” dejó al entorno natural, mermando notablemente el flujo existente de fauna y flora autóctona. De hecho, todos los animales que enuncia don Guevara Lynch, hoy están prácticamente extinguidos o en serio riesgo de extinción. En el lugar, huelga decir, hoy existen dos parques provinciales —uno lleva el nombre del Che—, considerados áreas protegidas.

“Una foto en Caraguatay, Misiones, tomada en 1929, mostrará a un Ernesto Guevara de 14 meses de edad transportando una tacita en la mano (¿una bombilla de mate?), vestido con un abriguito blanco y cubierto por un horrendo gorrito que recuerda a un salacot colonial, prefigurando el desastre que en materia de indumentaria le acompañará toda la vida, el estilo peculiarmente desarrapado que hará su sello personal” aporta el investigador Paco Taibo en su biografía del Che, destacando otro de los pocos registros fotográficos que existen del niño Ernesto en Caraguatay.

Taibo observa que “uno de los tantos marxistas de Pandora que han biografiado al Che se obsesionará con la idea de que las imágenes de la selva tropical del nordeste argentino, de Misiones, donde circularán los días de la primera infancia de Ernesto Guevara prefigurarán su destino en las selvas bolivianas. No me convence”.

El niño Ernesto vivió los dos años primeros años de su vida en Misiones. Aquí aprendió a caminar y balbucear sus primeras oraciones. Mientras, su padre fracasaba en el negocio de la yerba mate (sufrió el robo de casi toda su producción), descubría los misterios de la selva profunda, cazaba y construía presas sobre el arroyo Salamanca. El río Paraná, a metros del hogar, fue silencioso testigo de todo. De adulto, el “Che” expresará no conservar memoria de aquellas vivencias primigenias en la tierra colorada, pero sí haber oído una gran cantidad de relatos y anécdotas de aquel entonces.

Pero Misiones y su naturaleza envolvente, no resultan buen refugio para el niño Ernesto, que padece asma. Sostiene el mito, que una de las primeras palabras que aprendió a decir fue “inyección”. Era lo que pedía cada vez que asolaba un ataque. La humedad de la selva no era conveniente, aconsejaban los médicos. “Ernesto no resistía el clima. Guevara Lynch se acostumbró a dormir sentado en la cabecera del primogénito para que éste, recostado sobre su pecho, soportara mejor el asma. Y yo pasaba las noches espiando su respiración. Yo lo recostaba sobre mi abdomen para que pudiera respirar mejor y, por consiguiente, yo dormía poco o nada”, recuerda su madre, Celia de la Serna.

En el libro de la periodista tucumana Julia Constenla, titulado “Celia, la madre del Che”, Celia describe: “Me casé embarazada. Nos fuimos a Misiones. Vivíamos en una casa que levantó Ernesto frente a las costas paraguayas. Era amplia, casi toda de madera, no teníamos electricidad. En una oportunidad soportó los embates de un huracán, frecuentes en la zona. A mí me gustaba su amplia galería rodeada por un terreno limpio y casi metida en el monte. Nos despertaban los pájaros, nos arrullaba el río, el viento en la fronda. Bichos desconocidos, alimañas y bestias salvajes la rondaban, pumas, yaguaretés, y lagartos que descansaban en la orilla, nos miraban pasar.

Cuando llegó el momento de dar a luz, Ernesto arregló con un primo médico para que pariera en Rosario. Llegamos justo a tiempo: el 14 de mayo de 1928 nació nuestro primer hijo. Le pusimos Ernesto, como el padre, y lo anotamos un mes después”.

La endeble salud del niño Ernesto y los negocios desastrosos de su padre, motivan el éxodo definitivo de la familia hacia Buenos Aires.

Hoy, lo que queda de aquel caserón son apenas ruinas. En el mismo predio, allí en Caraguatay, funciona un museo llamado Solar del Che. Se accede a través de la ruta nacional 12. A la vera, en el camino de entrada- un puñado de kilómetros de tierra roja- el cartel con el rostro del Che luce totalmente abandonado y despintado: casi no se ve. Junto al camino de entrada, el bar-pool Latino, exhibe un paredón con el rostro del Che mucho más nítido que el oficial.

El predio está próximo al río Paraná y fue expropiado por la provincia a un privado en 1997 para “utilidad pública”, como consta en el Digesto Jurídico. Son 22 hectáreas selváticas. Y aunque fue presentado hace varios años, el proyecto de ley para declarar al sitio Parque Provincial sigue sin tratamiento en la Cámara de representantes de Misiones. “Esto hace correr peligro claro al espacio, las fuentes de trabajo que genera y al ya escaso presupuesto del que dispone en la actual etapa política” explica Nicolás Fava, militante de Patria Grande que viene realizando trabajos de investigación al respecto.

Diego, Sonia y Hector son los trabajadores que ofician de guías y guardaparques, narrando apasionadamente la historia a los visitantes y brindando educación ambiental a los grupos turísticos y escolares que se acercan.

En el recorrido por el museo se encuentran antiguas fotos del pequeño Ernesto aprendiendo a caminar sobre la tierra roja, mojando sus pies en el arroyo o en brazos de una mujer origen guaraní. Documentos difíciles de hallar incluso en las biografías más completas sobre el Che, o incluso en internet.

Pero la muestra abarca toda su vida, incluyendo su juventud y los años de la revolución, con instalaciones que destacan pasajes significativos de sus escritos o textos referidos a él. Además, en el Salón «Félix Escobar» (joven montecarlense desaparecido) se aloja una muestra conmemorativa a los 30.000 detenidos desaparecidos por la última dictadura civico-militar. El estado de esta muestra es realmente deplorable.

A lo largo del paseo uno puede descubrir algunas curiosidades históricas que no son muy conocidas o expuestas recurrentemente en las narraciones oficiales sobre su vida, que en general se concentran, como es lógico, en la etapa adulta. Adentrándonos en el relato de su niñez, al interior de esta mágica selva, podemos encontrar paralelos misteriosos entre acontecimientos de su infancia y su adultez.

Por ejemplo, que la palabra Che es de origen guaraní, como recuerda entre pocos Ezequiel Martínez Estrada, y que había en esa estancia un capataz, de apodo «Curtido» oriundo de Paraguay que le decía «che patrón» al papá de Ernesto, que significa «mi patrón».

Muy cerquita, donde el pequeño Ernesto se diera algunos de sus primeros baños, está el arroyo y el salto «Salamanca», voz que da también nombre a un lugar mitológico que aparece en leyendas latinoamericanas muy populares, por ejemplo, en el sur de Bolivia, cerca de donde fue fusilado el Che.

Otro paralelo impresionante son las Higueras. Hay higueras alrededor de la casa donde vivió el Che, y La Higuera es el nombre de la localidad donde fue fusilado.

Cuentan los guardaparques que las higueras no existían en aquella época en que vivió el Che, sino que aparecieron después. Lo que sí había, como relata Ernesto padre en el libro citado precedentemente, son plantas de Isipó, de características similares a la Higuera.

En las cercanías de Caraguatay también existe un arroyo de nombre Ñacanguazú, nada peculiar ni extraordinario sino considerando que en las cercanías de La Higuera en Bolivia, existe un río de nombre «Ñancahuazú» donde ubicó su campamento el grupo guerrillero dirigido por el Che.

También podemos mencionar otro trabajo interesante para seguir indagando en la infancia de Guevara en Misiones y su etapa posterior, es “Che Mitaí mi niño Ernesto”, del misonero Jorge Lavalle. “Esta novela narra la historia de la familia Guevara en sus comienzos, cuando el joven matrimonio decide vivir en las salvajes selvas de Misiones. Recorre la ciudad de Buenos Aires donde se conocieron, el Alto Paraná y la Ciudad de Rosario, donde nació su hijo. En el relato se mezclan la selva y los mensúes, como así también la descripción de las primeras plantaciones de yerba mate. En ese entorno tuvo el niño sus primeros contactos con las injusticias sociales propias de la región y que oyó repetir en su familia a lo largo de toda su infancia, como lo recuerda su padre en su libro “Mi hijo Ernesto”, donde según sus palabras el viaje a Misiones produjo un cambio fundamental en la familia Guevara”, explica la sinopsis de la novela.

*Por Sergio Alvez para Pelota de trapo

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