Diego Cortés: el Chancho Editor

Diego Cortés: el Chancho Editor
10 febrero, 2017 por Gilda

El 10 de febrero de 2016, una publicación en Facebook quedó en la memoria de los que ya sabían y otros se enteraban: “Llanto de mudo cierra sus puertas”. Diego Cortés, fundador de la editorial cordobesa LLantodemudo Ediciones (1995), falleció el 4 de agosto de 2015. Su legado como guionista de historietas, autor de narrativas y poesía, y editor comenzaba a retratarse para siempre en las formas de producir cultura y  gestionar nuevos espacios para autores jóvenes.

Por Pita Fernández para La Tinta

Nacido en 1976 en la provincia de Buenos Aires, hijo de Fernando Cortés -exiliado chileno de la dictadura de Pinochet- y de Nilda Heredia, ambos ex militantes de partidos de izquierda que se mudaron a Córdoba Capital cuando Diego tenía tres años. A los trece le diagnosticaron cardiopatía congénita, una malformación en el corazón de origen hereditario, registro que transformó el modo de vida de un adolescente y que descubriendo la lectura y la escritura se preparó para ser un editor.

“A los diez años, ya se había vuelto un apasionado de la lectura, leía todo, Emilio Salgari, Tom Sawyer. Y a los catorce era un lector consumado. Teníamos una casa donde había libros, nosotros leíamos mucho y sus amigos también”, cuenta Nilda.  Fernando en ese entonces encontró un taller literario dictado por María Teresa Andruetto, escritora cordobesa con más de 30 años de trayectoria en el campo de la literatura infantil.» La Tere enseguida percibió las condiciones y lo alimentó de libros”, dice la mamá de Diego, recordando que a los dieciséis ya leía Girondo, los poetas malditos, Baudelaire y Antonin Artaud, mientras cursaba sus últimos años de secundario, estudiaba y trabajaba en la imprenta de su padre.

Atravesado por libros, historietas, cómics, narrativa extranjera y años como estudiante de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la  Universidad Nacional de Córdoba, en 1995 Diego junto con Pablo Peisino y Federico Rubenacker – sus amigos de canje y lectura-, fundaron LLanto de mudo. “Lo conocí a Diego en esos periplos de revistas usadas, hurgueteando en la parte de historietas. Éramos cuatro o cinco que nos veíamos las caras siempre e intercambiábamos libros”, cuenta Pablo. La ventaja que Fernando Cortés tuviera una imprenta y las ganas de publicar de los muchachos de diecisiete y dieciocho años, hizo que iniciaran sus propias autorías. Así, surgió Pájaros Negros, la primera historieta que escribió Diego dibujada por Pablo, con cien impresiones que se agotaron. Luego, lanzaron un fanzine de poemas fotocopiados llamado Bukowski y una revista de nombre homónimo a la editorial, entre otras publicaciones.

 “El ímpetu juvenil que tenían los llantos de mudo era más anarco.  Siempre solían cuestionar la organización burocrática del mundillo de la historieta en Córdoba, por eso su impronta de creatividad. Todo les parecía demasiado civilizado o crédulo” ,  cuenta Iván Lomsacov, comunicador y editor aficionado a la historieta.

Diego transitó una década de atmósfera editorial y en 2005 asentó físicamente a Llanto de mudo en un local de la Galería Cinerama, en plena Av. Colón. El editor siguió perfeccionando su oficio y abriendo posibilidades a escritores y escritoras jóvenes que tenían sus obras preparadas para ser publicadas y que las editoriales tradicionales, ya teniendo su perfil en el mercado, no los recibían. En un diálogo publicado en el suplemento Ciudad Equis del diario LaVoz.com.ar en 2014, el periodista José Playo, cita a Diego en una frase que declara el sentido de ser editor:

 “Parto de la base de que los libros son de los autores. Para mí la figura del editor tiene que servir para que el capricho del autor le llegue a la mayor cantidad de gente posible –reflexiona–. Si el autor me parece bueno y lo que hace lo labura con honestidad, creo que hay que jugarse por él y por lo que hace”. 

El motivo por el cual un autor podía publicar su texto en la editorial, era simplemente si a Diego le gustaba. Llanto de mudo permaneció 20 años y sus ediciones alcanza una diversidad de obras impresas. El hocico del Chancho editor (seudónimo de la editorial que hacía referencia a su logo y a Diego), trascendía entre historietas, poesía y narrativa de autores con trayectoria y autoras locales y nacionales, jóvenes como Luciano Saracino, Roberto Von Sprecher, Nicolás Sánchez Brondo, Rodolfo Santullo, Diego Parés, Lauri Fernandez, entre otros. Hasta manuscritos de señoras que escribían 40 páginas y Diego los pasaba en computadora, los maquetaba y los imprimía, para que ellas tuvieran su libro.  El armado de un libro pasaba por las manos de él y su perspicaz capacidad de edición, diseño, presentación y difusión. Además, el margen de relación que estrechaba con los autores era parte del crecimiento y aprendizaje de gestionar una publicación. 

“Diego estaba siempre convencido de hacer y seguir haciendo en presente continuo, no de un futuro o de acá a 10 años. A veces, caía alguna compañía que quería hacer un comics-book por ejemplo, cada un mes. Planes que eran bastante reales en los 90 de tipo más pseudocomerciales. Sin embargo, él no tenía esos planes elocuentes, confiaba en el hacer, no en los programas de negocios que era lo que más le chocaba”, asegura Iván Lomsacov.

Su bastimento cultural en la literatura, el cine, la historia, la filosofía hasta en la música, la política y el fútbol, podía sostener cualquier charla de asado que organizaba con sus amigos. Los haberes de escritor canalizaba cuestionamientos existencialistas  con su universo y las personas que lo rodeaban. Las historias guionadas por él como El Pasado, La Pasión, Séptimo Círculo y sus poemas de Baldío evidenciaban a priori cierta línea de oscuridad o dark, sin caer en lo depresivo. “Diego tenía una enfermedad en el corazón muy heavy y nunca te lo exteriorizaba, en los poemas y en los guiones, él lo dejaba ver claramente. En Baldío, su libro de poemas, hay algunos que vos decís: “y acá el chabón está llorando y acá tiene miedo de morirse”, dice Nicolás Brondo, amigo y co-productor de Llanto de Mudo.

Admiración y respeto son las palabras que dejó Diego Cortés, el 3 de agosto de 2015, en las personas que lo conocieron y lo reconocieron. Un tipo sencillo, humilde en su discurso y de acciones concretas. Protagonista de una vida joven y de veterana sabiduría. Motor de un engranaje socio-cultural que hoy lo describe como una leyenda y que muchos creen que no va a existir sin alguien como él.

*Por Pita Fernández para La Tinta
Fotos gentileza: Alejandra Cortés y Nilda Cortés 

Palabras claves: Diego Cortés, Editorial Llanto de Mudo

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