De la situación privilegiada al momento perfecto

De la situación privilegiada al momento perfecto
2 febrero, 2017 por Gilda

La La Land es el último musical made in Hollywood que, acorde a lo previsto, viene arrasando las taquillas de todo el mundo. A partir de esta película, Candelaria Perez indaga en las tramas argumentales del cine, con sus diversas profundidades y sugerentes omisiones; y abre el debate en torno a las «fórmulas infalibles» que darán forma a la herencia y costumbre del cine.

Si hay una herencia del teatro para el cine, no es tanto la narrativa como lo es la búsqueda y representación del momento perfecto. Cuando decimos/exclamamos que la vida no es como en las películas estamos
hablando de esto. ¿Entonces cómo explicar qué es el momento perfecto?

En La Nausea de J.P. Sartre, Anny lo explica perfectamente, pero a partir de ejemplos. Supongo que es hora de conceptualizarlo. Para dar lugar a un momento perfecto primero es necesario que exista la situación privilegiada. Esto ocurre cuando algo considerado trascendente se desenvuelve como acontecimiento interpelando a sus participantes. Para Anny lo es la muerte, el primer beso de los amantes.

A todos nos han de suceder situaciones privilegiadas.

Pero, para que estas se conviertan en momentos perfectos -aparentemente deber exclusivo del cine y el teatro- es necesario un poco más que la sucesión de hechos relevantes. Requiere una precisa composición del comportamiento de los participantes, que por encima de todo, implica a la estética. Los personajes son poseídos por la pasión, el sentimiento puro, sin ser atravesados por ningún otro pensamiento ni sensación que desvíe su atención, manteniendo una compostura heroica frente al hecho.

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Se puede ver que en la tradición cinematográfica se ha optado históricamente por representar solo situaciones privilegiadas, siendo su responsabilidad estética convertirlas en momentos perfectos.

La La Land es esto.

Pero Birdman (Iñárritu. Hollywood, 2015) y Cantando bajo la lluvia (Donen. Hollywood, 1952) también lo son. Hitchcock lo supo y se consagró maestro del cine.  Si hay alguna receta de Hollywood para el cine, es la constitución del film a partir de la selección única de situaciones privilegiadas. Y si hay algo que lleva estos films a los Oscars, es el hecho de estar  constituidos por momentos perfectos. 

El cine más vanagloriado de todos, el que se vuelve clásico y el que llena las salas sin chistar, ese es el condenado del momento perfecto. Y por consecuencia el gran verdugo.

Tan acotados son sus límites, lo mismo que sojuzgo de  romboRombo  (Guzmán. Córdoba, 2016), que no hay apuesta al riesgo, por lo cual no hay innovación. En aquel momento escribía sobre Rombo:

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Cuando la película fue soltada al público no hubo sangre ni desgarro 
en las manos de los autores solo su destino llegaba al fin para sentarse en las butacas del cuarto oscuro. No es difícil soltar si no es personal.
Mensajes repetidos que nunca nos cansamos de oír. El amor  llegará. Un muelle, un lago y un bosque. (Fatal belleza) Esperando
que los caminos se crucen.

Me asusta ver como simplemente se cambia el nombre de la película, y la crítica es la misma.

La belleza de La La Land es indiscutible. El camino hacia esa belleza es el camino seguro. Es el cine de los cincuenta, el clásico, el nostálgico, unido a la viveza de la televisión de hoy, con sus colores flamantes y el ritmo acelerado y bien mensurado.

Esto me recuerda a una “anécdota” que contó Luis Puenzo hace unos meses en el Cineclub Municipal Hugo del Carril. Y es que una vez planteado el relato de lo que se convertiría en La historia oficial, buscaron dos grandes
películas holliwoodenses una de ellas fue Kramer vs. Kramer (Benton. Hollywood, 1979) -la otra no la recuerdo- y la analizaron tanto para descubrir cuánto duraban las escenas, las tomas y cada cuánto se alternaba entre noche y día, exterior e interior, para poder adaptar su relato a esta mensura del ritmo, y a esa receta cinematográfica que elimina “tiempos muerhisttttos” y sabe que en la pagina 60 del guion “algo pasa”, que en la 45 y la 75 “se atan cabos”, en la 90 se resuelve el conflicto, y en la 15 se lo plantea.

Somos espectadores cómodos. Cada vez que vamos al cine sabemos cómo va a suceder la película, no contamos los minutos, el esquema lo hemos naturalizado. No sabría decir si este esta hecho a nuestra medida, o si nosotros estamos hechos a la suya.

Volviendo a la anécdota de Luis Puenzo y su diferencia con La La Land, es que en La historia oficial (Puenzo. Buenos Aires, 1985) la receta se utiliza para ingresar al mundo de la salas oscuras en el formato del espectáculo una reflexión que tiene que ver con el contexto socio político donde se engendraba el filme. Por el contrario, en La La Land esa sucesión del momento perfecto, quiero decir ese grupo de momentos perfectos representados en pantalla,  limpia y filtra por las puertas de los estudios toda referencia del contexto social y político en el que se engendra el filme , para que no interfiera en el sentimiento puro del personaje.

Estamos en un momento de la historia donde las tensiones entre el dominado y el dominante están en lucha, pero el consumo masivo de estas obras sin tiempo ni contexto nos encandilan con su belleza y nos ciegan del mundo.

*Por Candelaria Perez en Cuadernos de Cine

 

La La Land. Dirección & guión: Damien Chazelle | Producción: Gary Gilbert, Marc E. Platt, Fred Berger, Jordan Horowitz | Fotografía: Linus Sandgren | Montaje: Tom Cross | Elenco: Emma Stone, Ryan Gosling | País de origen: Estados Unidos | Duración: 128 min. | Año 2016

Palabras claves: Cine, Hollywood, La La Land, Luis Puenzo, Oscar

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