Víctor Hugo y la belleza de un relato cósmico

Víctor Hugo y la belleza de un relato cósmico
27 diciembre, 2016 por Redacción La tinta

La voz de Víctor Hugo quedó grabada a fuego en la memoria nacional en aquella corrida memorable de Diego Maradona. La jugada de todos los tiempos tuvo a un narrador que, entre cientos, logró trascender. No hay explicación. Que su relato perdure, ya no como anexo de una jugada sino como parte de la obra, exime a cualquiera de tener que explicar por qué aquello fue tan bello y artístico. Si hubo “un Dios detrás del Dios”, como dice el relator parafraseando a Borges, quizá el mismo Dios estuvo en todos los detalles.

Víctor Hugo nació un 26 de diciembre de 1947. Antes de conocer estos datos, que motivan a escribir esta breve reseña por cuestiones de calendario, conocí su voz. Con 12 años aproximadamente y sin Youtube a mano, en la televisión pasaban el segundo gol de Diego a los ingleses y esa voz que lo contaba. No sé bien la fecha, pero desde entonces no hubo una sola vez que la piel no se me haya erizado al oírlo. Y cuando digo nunca, es nunca. Mientras escribo estas líneas he vuelto a escucharlo para comprobar la teoría: nunca.

Como hijo del VHS, mi ausencia en este mundo aquel día hizo que construya mi experiencia emocional con aquel hito de la historia argentina a través de las imágenes (Diego dejando en el camino a tanto inglés) y el sonido (la voz de VH) que alguien alguna vez mezcló y editó para recordarlo en aniversarios y programas especiales. Me atrevo a decir que sin ese audio, para mí, ese gol no es el mismo gol.

¿Puede ser que ambas sean obras igualmente excepcionales? ¿Son dos o son una misma cosa?

El periodista Ariel Magnus se animó a pensarlo como un todo. Y no sólo eso. Se animó a exponer una teoría. ¿El relato de VH puede ser una obra literaria? Sí, el libro “Barrilete Cósmico (el relato completo)”, resulta un experimento arriesgado pero revelador. Por un lado el lector puede colisionar con cierta sensación de desencanto al advertir que locutor poseía ciertos latiguillos que repetía, como el caso de “siempre Maradona”. Pero al terminar de leerlo recuerda sorprendido que eso no fue escrito, que fue parte de una transmisión en vivo y que cada palabra, pausa y aceleración encajan perfectamente con un ritmo literario que algunos ya desearíamos  lograr frente a una computadora, tomándonos todo el tiempo del mundo.

Luego de enumerar una serie de aspectos que considera válidos para defender su teoría sobre la capacidad narrativa que envolvió a esa transmisión, el autor afirma que se trata de un “doble hito histórico, el que se refiere al juego más bellos y el que le corresponde a su crónica más completa”. Magnus no duda que en la transcripción de este relato, nacido de la improvisación que la dinámica del juego demanda, de las herramientas discursivas que el lenguaje permite y sobre la frenética voracidad del tiempo que no se detiene, su “intuición” de considerarla una obra literaria, queda probada.

Acudiendo también a una comparación artística y narrativa como es el cine, para Andrés Burgo, autor de El Partido, “sin ese relato, el gol no sería menos bello, pero sí una película muda de Chaplin”. Desde aquel día, las gambetas de Maradona y la narración de Morales, “se harían indisolubles”.

Difícilmente alguien pueda decir, a estas alturas, que ambas cosas no son una sola. En este último libro, el “Negro” Enrique confiesa que escuchó el audio muchos años después: “Estaba en mi auto, conseguí un casete, lo puse y entré a llorar, solo. No podía creer lo que consiguió Víctor Hugo. Consiguió hacer más lindo el gol más lindo”.

Para el autor de ese relato, la única maravilla fue la que sucedió sobre el césped y no el producto de su “emoción violenta”, resultante de cierto estado alucinógeno que le provocaba la musa inspiradora en la cabina de radio (“vivía en una burbuja, en la locura del ruido, como si fuera droga”).

Al cumplirse 30 años de aquel partido, Victor Hugo escribió sobre esa jugada y su participación: “La edificó el coraje, la intuición, un Dios detrás del Dios, como hubiera afirmado Borges. Lo acompaña “el puño apretado” de quien firma esta nota, lanzado sobre el pupitre, envuelto en cables y auriculares. El cuerpo entregado al placer del grito. El desvarío de una mente que se queda en blanco como si una nube estallara dentro de los párpados cerrados. “Gracias, Dios, por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas…”.

Quizá ese Dios borgeano detrás del D10S del juego haya sido más generoso de lo que cree. Quizá aquel día ese Dios estuvo en todos los detalles.

Foto de tapa: Revista Anfibia

Palabras claves: Diego Maradona, Víctor Hugo Morales

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