Tecnocracia, arte, cuerpo y saber

Tecnocracia, arte, cuerpo y saber
4 noviembre, 2016 por Redacción La tinta

Antes de volver a Francia, el filósofo Miguel Benasayag pasó por MU y dejó pincelazos de su teoría. Alternando coyuntura e historia, teoría y práctica, explica los alcances de la revolución digital y cómo contrarrestar la colonización de la vida. El arte como creador de nuevos imaginarios y la humildad filosófica como claves para bancarse la complejidad y el desequilibrio: “Es importante saber que no vamos a ningún lado y abocarse a un saber bordeado de un no saber”.

 

La tercera revolución

La digital es la tercera revolución antropológica: la primera es el encuentro de la especie humana con el lenguaje, luego con la escritura y ahora con lo digital. La rapidez de lo digital es muy importante. La escritura aparece hace 4 mil años en la Mesopotamia con la misma promesa que lo digital- el mundo es la escritura, la vida está en la escritura- pero hoy en día hay muchos analfabetos o semianalfabetos y en ese entonces también lo había. Lo digital, en un tiempo mínimo, se desarrolló por todos lados colonizando todo lo vivo. Esa es la diferencia.

A lo digital hay que poder oponerle una complejidad que venga desde los cuerpos. En ese sentido, todas acciones de resistencia de la vida hoy tienen que tener un diálogo muy cercano con la actividad artística, porque es desde el arte que se producen nuevas imágenes, nuevos imaginarios.

Desde adentro

Todas las disciplinas que operaban sobre el cuerpo lo hicieron siempre desde afuera, como una cartografía que impone al territorio. En el mundo digital, la disciplina sobre el cuerpo se ejerce desde adentro, eso es lo que cambia. La práctica digital modifica la materia misma del mundo. La potencia del digital es que hace posible transformaciones genéticas, nanotecnologías, cosas que ya no disciplinan desde afuera sino que se acatan a la modificación misma de la materialidad del territorio.

El arte

En ese sentido, el trabajo artístico es fundamental. Los científicos comprenden el mundo pero no pueden intuirlo. Los artistas pueden intuir el mundo sin comprenderlo. Ahí está su potencia: porque la intuición está antes que la comprensión.

Lo que pasa es que las transformaciones digitales están siendo capturadas por la macroeconomía y la tecnociencia con una idea aumentativa, pero los artistas también investigan estas nuevas formas y su trabajo consiste en ver cómo pueden quedar del lado de la vida, de la cultura, de lo limitado. Ese es el desafío mayor de esta época: la hibridación y las transformaciones son inevitables. El asunto es si eso puede hacerse sin caer en el olvido de los cuerpos.

Un nuevo imaginario

Yo estoy convencido de que las nuevas posibilidades científicas dependen de un nuevo imaginario. A su vez, el imaginario que permite nuevas posibilidades de investigación nunca es producido dentro de la ciencia. Cuando un científico se permite tener otro paradigma de investigación no es porque lo encontró dentro de su investigación científica, sino que lateralmente su imaginario científico fue contaminado por el desarrollo artístico de formas sociales que le permiten pensar de otra manera.

La biología molecular, por ejemplo, que es la que piensa lo vivo como un lego, como partes modulares, hubiera sido imposible que naciera dentro de la biología sin que previamente el arte no figurativo, con su deconstrucción de los arquetipos, no haya disuelto en módulos las formas. Artísticamente, estéticamente, se había creado un imaginario de modularización y dislocación de las formas que en los laboratorios de biología hace emerger la hipótesis de la biología molecular.

La vida como colador 

Un paciente vino a mi estudio y me dijo: me siento un colador, no me queda nada, todo se me escapa. Y me gustó esa metáfora, ahora la uso siempre. Toda acción tiene que ser como un colador. Todo tiene que irse, nada tiene que quedar. No se trata de capitalizar, fijar, cristalizar. ¿Para qué sirve lo que hacés? Ojalá tenga muy pocas respuestas. Ahí entra el tema de la humildad, en un sentido no católico. Se trata de circular con la vida, no querer capitalizar cosas. No querer comprender cosas. El trabajo intelectual consiste en acompañar ese devenir donde la comprensión debe ser limitada. El no-saber no es enemigo del saber, está en el corazón del saber.

Depresión militante

Me molesta la depresión militante, los que dicen que “volvimos atrás” y esas cosas. Nada vuelve atrás y adelante. Creo que hay que amigarse con la vida y no querer una solución final. La solución final fue un concepto utilizado en la crisis de la racionalidad occidental por Hilbert, que dice: no logramos echar las contradicciones de la lógica, cómo hacemos para llegar a una lógica cerrada.

Sin solución

Nos la pasamos queriendo la solución final. ¿Cómo luchas contra la injusticia sin una solución final? Y bueno, mejor no tenerla. Hay que amigarse con la vida y odiar a los militantes tristes que se la pasan proponiendo soluciones finales. Ellos quieren militar si hay una solución final. Si la militancia sigue atada a la idea de solución final, mejor que nadie milite. Porque la idea de solución final es un horror. El colador es lo opuesto. Ahí está la humildad filosófica.

A ningún lado

La vida es un proceso alejado del equilibrio, lo propio de todo organismo vivo es perder las partes que lo componen. Cuando un organismo empieza a dejar de perder esas partes es que está por morir. Y cuando no pierde más es porque está muerto. Entonces hay algo que tiene que ver con la dinámica de la vida. Y cuando hablan de la inutilidad del arte, la están elogiando. La verdad es que la inutilidad es efectivamente el punto de sabiduría mayor al cual nadie puede llegar completamente. Debería ser el horizonte general de nuestras prácticas. No sabemos “hacia a dónde vamos”. Es importante saber que no vamos a ningún lado y abocarse a un saber bordeado de un no saber.

 

Fuente: La Vaca

Palabras claves: Miguel Benasayag

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