«Ayotzinapa es un espejo del México de hoy»

«Ayotzinapa es un espejo del México de hoy»
26 septiembre, 2017 por Redacción La tinta

A tres años de la desaparición de los 43 de Ayotzinapa, hablamos con Paula Mónaco Felipe (Villa María, Córdoba, 1977), periodista, militante de H.I.J.O.S. y autora de «Ayotzinapa. Horas eternas», un libro que reconstruye lo sucedido las noches del 26 y 27 de septiembre de 2014 en Iguala y un año de la incansable lucha de padres y sobrevivientes.

Por Kiko J. Sánchez para La tinta

Eran los días previos a la navidad de 2014, cuando las festividades amenazaban con diluir las protestas y con ellas sacar el caso de los 43 de las portadas de los diarios. Paula Mónaco Felipe estaba en la Normal Rural Isidro Burgos de Ayotzinapa junto a sus compañeros de H.I.J.O.S., acompañando a sobrevivientes y familiares en su lucha por recibir respuestas por lo sucedido tres meses antes.

Una mujer joven trataba de buscar, con un bebé en sus brazos, entre el montón de ropa donada que había llegado al centro. Paula le preguntó si necesitaba ayuda. Y se presentaron: «Ella dijo: ‘Soy Rocío, la esposa de Israel Caballero Sánchez, uno de los desaparecidos, la niña se llama Melany y es la hija de Israel’. Fue muy fuerte para mí ese momento en que me la entregó y, al cargarla y estar con la niña, darme cuenta de que ella tenía –cuando desaparecieron a su papá, 3 meses antes–  la misma edad que yo cuando desaparecieron a los míos. Fue una situación muy fuerte esa de verme reflejada en ella. Ver las historias conectadas y ver también que estas historias se repiten. Si el caso Ayotzinapa desde el primer momento me tocó, al ser un tema que conozco en profundidad, mucho más al toparme con una nena con una vida muy cercana a mí y a mi propia historia».  La misma historia, en un mismo continente, pero en otro país y casi cuarenta años después. 

MEXICO CITY, MEXICO - NOVEMBER 08: People protest outside the Mexican Attorney General's office during a spontaneous demonstration after Mexico's government announced on friday that evidence suggests that 43 missing students were murdered and their charred remains tipped in a rubbish dump and a river in Guerrero, Mexico, on November 08, 2014 in Mexico City, Mexico. (Photo by Miguel Tovar/LatinContent/Getty Images)

Paula Mónaco Felipe es hija de Esther Felipe y Luis Mónaco, psicóloga y periodista, militantes del PRT-ERP que fueron secuestrados el 11 de enero de 1977 por el III cuerpo del Ejército, bajo el mando del general Luciano Benjamín Menéndez. Ella era la más joven -recuerdan sus compañeros- cuando se fundó la sede de H.I.J.O.S. en Córdoba y ese compromiso por la causa de los desaparecidos y la defensa y denuncia de las violaciones de los Derechos Humanos marca también desde el inicio su forma de hacer periodismo.

—¿Te sentís cómoda con el adjetivo de periodismo militante?

—Sí. A mí no me entra ninguna urticaria, ni miedo ni pena de asumir ese concepto del periodismo militante. Pero claro, también es periodismo militante el de la derecha. Aunque es muy distinto trabajar en función de una empresa, que es lo que es un medio, que trabajar en función de ejes en la vida. Yo creo que lo que nosotros como periodistas debemos trabajar es que nuestros ejes sean la rigurosidad periodística y la honestidad humana. Más que la objetividad y el supuesto distanciamiento de una idea u otra. Nadie deja de ser militante de algo, yo elijo ser militante de la rigurosidad periodística y de la honestidad como persona.

—¿Cómo marca a tu periodismo ser hija de desaparecidos?

—La postura de mis padres ante la vida, que los dos hayan sido militantes, que hayan pertenecido a organizaciones que en su momento servían para cambiar el mundo y que fuera un lugar mejor, es un motivo de orgullo. Yo no me arrepiento de que mis padres hayan sido integrantes de organizaciones armadas, ni de que hayan sido también periodista y psicóloga trabajando en distintos ámbitos para tratar de conseguir el mismo objetivo. Creo que hay que dejar claro esto, porque integraron una organización armada porque en ese momento era una vía, no solo en Argentina sino en toda Latinoamérica, para tratar de alejar al fascismo y la derecha del poder. Pero también mi papá trabajó en la prensa durante muchos años documentando y denunciando diversas situaciones, y mi mamá trabajó en hospitales públicos creando la atención psicológica en hospitales, como el de Villa María, en los que no existía porque no se creía que los pobres tuvieran necesidad de atención psicológica. Yo, en este momento, vivo en un mundo diferente y lo que elijo es tratar de aportar a documentar cosas que ocurren, tratar de aportar dando voz a las víctimas, a los más desfavorecidos o a los movimientos sociales. Siento que la palabra es una herramienta muy buena para construir Verdad, Memoria y Justicia, que son más que una consigna y rectores que se enfrentan a una dictadura como la de Argentina; pueden ser las consignas y rectores de una sociedad más sana.

Y esa elección vital se advierte desde el comienzo en «Ayotzinapa. Horas eternas«. Paula Mónaco se aleja del discurso y la versión oficial para dar el protagonismo y la voz a las víctimas. Reconstruye las dos noches de cacería en Iguala a través de los testigos, y muestra la infatigable lucha de familiares y supervivientes que buscan a los 43 por los campos de amapolas que convierten a México en el segundo exportador mundial de heroína y al estado de Guerrero en su epicentro. Así, descubrimos la connivencia de las fuerzas del Estado con las organizaciones armadas; las trabas, amenazas y burlas; a ciudadanos que organizan policías populares para defenderse donde no hay Estado; la pobreza y marginación que pueblan esas tierras… No hay voces oficiales, ni versiones interesadas. En cambio, con ayuda de Ana Valentina López de Cea y 73 entrevistas, recuperan a través de sus cercanos la vida Ayotzinapa -3 muertos, 2 heridos y 43 desaparecidos- para mostrarnos a la persona detrás de la cifra: a Bernardo Flores Alcaraz le gustan los animales y se las ingenia para salvarlos cuando los encuentra heridos; César Manuel González Hernández quiso cumplir el sueño de su familia: «Les voy a regalar el título que quieren tener colgado en la pared. Ya estoy en una normal, entré a Ayotzinapa»; Cutberto Ortiz Ramos es sobrino y nieto de desaparecidos por motivos políticos -ser parientes de Lucio Cabañas-, él es la tercera generación desaparecida de su familia.

MEXICO CITY, MEXICO - MAY 26: Relatives and friends of the 43 missing students of Ayotzinapa college march during a rally to ask Mexican authorities to continue the search for the 43 kidnapped students by local police officers since September 26, 2014 in southern state of Guerrero on May 26, 2015 in Mexico City, Mexico. Relatives of the missing students have called the Global Day of Action for Ayotzinapa's students to demand their safe return. (Photo by Miguel Tovar/LatinContent/Getty Images)

—Una parte del libro reconstruye las vidas de los 48 normalistas, ¿por qué decidiste hacerlo y por qué lo escribiste en presente?

—En ese capítulo, que se llama Vidas, apostamos por ir más allá del número para mostrar que, detrás del 43 o el 48, detrás de esos rostros en blanco y negro de los carteles, hay vidas que tienen una historia, una familia, sueños, amigos, novias, hijos… que los esperan, los quieren y los necesitan. Pero también apostamos a hacer esos retratos de los muchachos en presente porque creemos que, mientras no nos conste que están muertos, hablar de ellos en pasado es, simbólicamente, aceptar que las personas pueden esfumarse porque sí. Hablar de ellos en pasado es, de algún modo, legitimar que eso pueda ocurrir y además es faltar a la verdad, porque, así como no nos consta que están vivos, tampoco nos consta que estén muertos.

—¿Qué crees que se persigue con la desaparición de una persona?

—Hay un aspecto fundamental, que es que la desaparición forzada hace que, al no estar presente el cuerpo, la prueba desaparece. Así se termina de cerrar el círculo de esta metodología tan perversa que pretende generar confusión. Esa confusión tan perversa de no saber si esas personas existen o no existen, si a lo mejor se fueron o se las llevaron para otro lado o a lo mejor abandonaron a sus seres queridos. Es una estrategia que apuesta a la confusión, al olvido, al terror social… También tiene que ver con algo tan práctico como que la prueba del asesinato desaparece. Aunque, en los últimos años, y creo que hay que prestar atención a ello, más allá de desaparecer los cuerpos se dan fenómenos como el desmembramiento, la tortura antes del asesinato, o lesiones infringidas a los propios cadáveres. Creo que esto habla de cosas que son mucho más profundas y están más arraigadas de lo que creemos en nuestra sociedad, nuestra sociedad está mucho más podrida de lo que creemos.

El fenómeno de las desapariciones forzadas no es nuevo en México. Al menos desde 1969 el número de personas cuyo paradero se desconoce se cuenta por miles. En  los últimos 10 años -de 2006 a 2016- se cree que el país alcanza la simbólica cifra de 30.000 desaparecidos.


Paula Mónaco se niega a aceptar que los mexicanos se hayan acostumbrado a atrocidades como la sucedida en Iguala: «No me atrevería a decir que nos acostumbramos porque sería muy terrible, pero sí que hay niveles de violencia que se normalizó, y eso es muy peligroso. Es muy peligroso acostumbrarse a contar muertos, a que parezca normal que a los detenidos se les torture o que aparezcan cuerpos tirados por ahí. Es muy peligroso que la violencia crezca y se vaya moviendo, que parezca normal que asesinen o desaparezcan a la gente, que parezca normal que haya cementerios clandestinos».


Sí advierte, no obstante, que la prensa masiva fue relegando estos hechos a páginas secundarias y que el país se enfrenta a un fenómeno doblemente peligroso; el de «la privatización de la desaparición forzada»: «El caso Ayotzinapa, y otros miles que han pasado en estos años, nos muestran la terrible realidad de que lo que nos ocurrió a todo un país, a todo un continente, décadas atrás sigue ocurriendo. Pasa, y lo peor de todo es que pasa cada vez más. La diferencia, tal vez, es que, en la mayoría de los casos, no hay razones políticas de fondo. Ante tal nivel de impunidad, de atrocidad, se hace posible que civiles puedan desaparecer a civiles sin prácticamente costo porque la justicia no existe en estos casos».

—¿Cuál ha sido el papel de las instituciones mexicanas desde el 27 de septiembre de 2014?

—El Estado todo el tiempo ha dicho que el caso sigue abierto y que tiene a todo su aparato trabajando en esto. Ahora, de la declaración a los hechos la situación es que han pasado más de 700 días, que los muchachos siguen sin aparecer, que solo hay 2 fragmentos óseos que no consta dónde fueron recogidos y que pareciera que la voluntad política no es de encontrar la verdad sino de apostar al desgaste del paso del tiempo.

Lo sucedido en Iguala dejó herido de muerte al gobierno de Enrique Peña Nieto, cuyo giro neoliberal había sido aplaudido con euforia en Europa y Estados Unidos. Lo sucedido en Iguala dejó herido de muerte al gobierno de Enrique Peña Nieto, cuyo giro neoliberal había sido aplaudido con euforia en Europa y Estados Unidos, con la la portada de Time con el titular «Saving México» como momento cumbre. Meses después, la consigna «Fue el Estado» estalló de boca en boca y los intentos de cerrar el caso, con la llamada «Verdad histórica», solo lograron aumentar el rechazo popular de una ciudadanía que la rebautizó: «Mentira histórica». Desde ese momento se inició una campaña de contaminación informativa. «Es muy fuerte la operación de medios del gobierno mexicano. Cada vez que crece algún reclamo hacia ellos, o cada 26, cuando se va a cumplir un mes del Caso Ayotzinapa, sueltan alguna declaración o detienen a alguien que declara algo que fortalece la versión oficial. Afuera genera mucha confusión y la gente piensa que está avanzando el caso. Pero no: son todas operaciones mediáticas. Y es interesante ver cómo algunos medios se prestaron y formaron parte de esta estrategia y cómo otros trataron de hacer una lectura más política de la situación y vieron que les estaban tratando de utilizar».

Sin embargo, con el tiempo se va construyendo un relato veraz de lo sucedido aquellas madrugadas. Un relato que, dice Paula, se debe a las distintas investigaciones periodísticas, los trabajos del Grupo Interdisciplinar de Expertos Independientes (GIEI), el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), y a «la valentía de los familiares y sobrevivientes de seguir denunciando».  Y lo hacen a pesar del gobierno, que, como han denunciado constantemente el GIEI y el EAAF, ha puesto todas las trabas burocráticas posibles, ocultado pruebas, negado información e impedido hablar con supuestos implicados sistemáticamente. Por su parte, la relación institucional con los familiares ha estado marcada por el uso mediático por un lado y la extorsión y el soborno por otro. Por ejemplo, denuncia Paula, «van a hogares de supervivientes a ofrecerles que no declaren o declaren en contra de sus compañeros a cambio de una casa o de pagarles la universidad».

Han pasado más de mil días, que los muchachos siguen sin aparecer y que pareciera que la voluntad política no es de encontrar la verdad sino de apostar al desgaste del paso del tiempo.

CHILPANCINGO, MEXICO - OCTOBER 08: People shout slogans as they protest the disappearance of 43 students from the Isidro Burgos rural teachers college and demand authorities find them in Chilpancingo in southern Mexican state of Guerrero on October 08, 2014 in Chilpancingo, Mexico. Federal agents have been sent to the area after the discovery of a mass grave and charges that local police may have conspired with a criminal gang to kill and disappear the students. (Photo by Miguel Tovar/LatinContent/Getty Images)

—¿Qué sucedió aquellas noches en Iguala?

—Según la investigación del GIEI, los jóvenes tomaron, sin saberlo, un autobús de la empresa Estrella Roja modelo Ecoter que llevaba en su interior una carga de heroína, que sería parte de un complejo entramado de trafico de amapola y heroína hacia Chicago. Y se convirtieron en blanco de una búsqueda despiadada por recuperar ese camión, al punto de que policías de distintas corporaciones dispararon a cualquier autobús que circulaba. Así asesinaron a un joven estudiante normalista pero también atacaron a un camión de la empresa Castro Tours que transportaba a jugadores del equipo de fútbol Avispones, asesinando al niño Josué Evangelista de 14 años, el chofer y una mujer que iba como pasajera en un taxi que pasó enfrente. No sabemos, para colmo, si el autobús llevaba o no heroína, porque, según denunciaron los Expertos de la Comisión Interamericana, el autobús que las autoridades incautaron y les presentaron como prueba no es el mismo que salió de la central camionera aquella noche.

—¿Por qué este caso logró ser tan simbólico en un país con tantos episodios de violencia?

he_37_mt—Ayotzinapa, por distintas razones, es un espejo del México de hoy, y es también una instantánea que nos permite analizar los distintos factores que hay presentes en este momento en el país: el crimen organizado, la corrupción de las autoridades, el lugar de los medios, la acción e inacción de la sociedad, el lugar que se da a las víctimas, la normalización de la violencia. Hay elementos que se repiten, o son similares a otros casos, como los ataques y la desaparición por parte de agentes del Estado, la acción del crimen organizado o la violencia con armas. Ha habido desapariciones masivas en San Fernando de Tamaulipas, en Coahuila… Pero sí, la desaparición de estos jóvenes fue como una especie de gota que derramó el vaso. Lo numérico importa, y también quiénes son los desaparecidos aquí: estudiantes de una escuela con una trayectoria política muy fuerte, muy rebeldes.


El Caso Ayotzinapa fue el enésimo ataque a las normales rurales. Escuelas que surgieron de la Revolución Mexicana con el fin de acercar la de educación a los hijos de los campesinos y lograr que estos llevaran la alfabetización y la conciencia política a sus familias y pueblos. En los últimos años se han convertido en centro de una campaña de ataque continuado de los medios de comunicación, han sufrido agresiones y muertes y se han ido cerrando progresivamente.


«En un comienzo eran 32, pero ahora solo quedan 16, y, según denuncian los normalistas, el Estado sigue con la intención de cerrarlas», dice Paula. Pero «sobre todo son transformadores del cambio. Abren la posibilidad de que los estudiantes vean que tienen derechos y empiecen a pensar como sujetos de derecho. Y entonces también empiezan a cuestionar al Estado y se suman a otras luchas políticas. Además se adhieren a la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México que abraza abiertamente el ideal socialista. Entonces son jóvenes que de un estrato de miseria pasan a cuestionar, criticar y enfrentar al Estado. Se atreven a salir y a hacer manifestaciones, a no dejarse reprimir o agachar la cabeza… Y eso perturba, molesta, molesta mucho a la clase política mexicana».

he_01_mt—¿Creés que al final se hará justicia en este caso?

—Ojalá haya voluntad política, que es lo único que permite destrabar a la justicia. En Argentina, durante décadas, trabajamos y pusimos el cuerpo las asociaciones de derechos humanos y otras personas solidarias, y eso fue generando un sedimento, pero hasta que el Estado no tomó la decisión política de impulsar la justicia relacionada con la violación de DDHH durante la dictadura no se reactivaron las cosas. Vivimos en una sociedad en la que no hay división de poderes, esos poderes funcionan de acuerdo a relaciones entre ellos mismos, y espero que en México la justicia se voltee en favor de las víctimas, de la verdad, de los intereses de toda la sociedad y no solo de proteger a quienes pueden estar detrás de este caso, los que actuaron durante los ataques y quienes frenaron las investigaciones hasta hoy. Espero que haya justicia, un día no tan lejano, y que los muchachos aparezcan, porque lo peor y lo que más inmoviliza de la desaparición forzada es la angustia de no tener ninguna noticia.

Una vida entre Córdoba y México

Desde 2004, Paula Mónaco Felipe reside en México, país al que le une una larga historia de vida desde que una de sus tías encontrara allí asilo en su huida de la Argentina del proceso. En México comenzó su labor como reportera en La Jornada y después en Telesur y otros medios como Al Jazeera, Rolling Stones o Soho. Actualmente trabaja en El Telégrafo de Ecuador, diario que le envío a Iguala tras la masacre. En un principio su idea no era hacer un libro, fue una persona «muy cercana y muy querida», de la importancia de Elena Poniatowska -que ya investigó la Masacre de Tlatelolco en 1968-, quien le animó a hacerlo: «Ella insistió en que había que transformar todo esto en un libro, y fue un poco la que incidió en el tono, en que me incluyera a mí. Ya lo tenía escrito y me hizo rehacerlo porque me había borrado, no aparecía más que como narradora. El libro al comienzo tiene una advertencia en la que digo quién soy y asumo que es un libro sumamente subjetivo, que mi propia historia condiciona lo que estoy narrando. Porque yo tengo a mis dos padres desaparecidos y eso no lo puedo negar, ni lo quiero ocultar. Por ello necesitaba ser todavía más honesta e incluir algunos pensamientos, no con el afán de figurar, sino para que sirvan para entender el proceso y, tal vez, generar mayor cercanía con el lector, que está confiando en mi al acercarse al libro; que vea que yo también lo hago al contar cosas que podrían parecer íntimas».

A pesar de la distancia y las nuevas luchas, permanece atenta a lo que sucede en Córdoba. Y siguió con atención la Megacausa de La Perla, a la que asistió durante el alegato por sus padres. «Espero que valoremos esto que está pasando, que es un ejemplo para el mundo y muestra que sobre el poder, los intereses y los protegidos de siempre, existe una justicia. Durante décadas estábamos tristemente acostumbrados en Argentina a que la justicia era sorda a todos los reclamos, ciega a lo que ocurría fuera de los tribunales, y muda. En los últimos tiempos hemos visto que esa justicia está cambiando. Yo estuve presente en varios alegatos, y me dio mucha emoción escuchar a fiscales que defienden realmente a la sociedad, al pueblo. Verme representada, bien y humanamente, con fundamentos legales y con pasión también, fue un hallazgo muy lindo y esperanzador. Siento que la justicia al fin está dejando de ser muda y está hablando y está dejando de ser sorda a los reclamos de nuestro abuelos y familiares durante décadas. Y espero que sea también un paso para que deje de ser ciega a otras problemáticas que están negadas, como la criminalización cada vez mayor de los pibes de los barrios. Espero que sea un paso adelante que abra caminos para otras luchas; no solo que juzgue a los genocidas, en un acto de civismo y de avanzada, sino que sirva para que de acá se pueda ir hacia una Córdoba más justa y menos mal distribuida».

Por Kiko J. Sánchez para La tinta / Fotos Miguel Tovar

Palabras claves: Ayotzinapa, desaparecidos en democracia, Dictadura Cívico-Militar

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