El limonero real, o cómo filmar una novela imposible

El limonero real, o cómo filmar una novela imposible
7 septiembre, 2016 por Redacción La tinta

Este jueves a las 20:30 el Cineclub Municipal exhibe El limonero Real y recibe a su realizador, Gustavo Fontán, quien dialogará sobre su reinterpretación visual de la espesura literaria de Juan José Saer.

Fui al río, y lo sentía
cerca de mí, enfrente de mí.
Las ramas tenían voces
que no llegaban hasta mí.
La corriente decía
cosas que no entendía.
Me angustiaba casi.
Quería comprenderlo,
sentir qué decía el cielo vago y pálido en él
con sus primeras sílabas alargadas,
pero no podía.
“Fui al río…”, Juan L. Ortiz

Este jueves se estrena la versión cinematográfica de El limonero real, inmensa novela del santafesino Juan José Saer. Si tuviéramos que elegir algún libro argentino imposible de traducir a la pantalla grande, probablemente esta joyceana apuesta de Saer ocuparía uno de los primeros puestos en el ranking. Así y todo, el director Gustavo Fontán logra salir más que airoso del desafío.

El limonero real es la cuarta novela de Saer, publicada en 1974, pero elaborada minuciosamente a lo largo de más de nueve años de obsesivo trabajo literario, hasta lograr la que es considerada como su obra más radical y compleja. La anécdota elemental es sencilla, apenas la descripción del 31 de diciembre de unos isleros, familiares y vecinos, que van a juntarse a despedir el año.

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Ya está, allí una veintena de palabras que no logran contar casi nada sobre el minucioso y enfermo trabajo de orfebrería con el que Saer pretende, y en buena medida logra, capturar el tiempo y la luz de las islas del Paraná, a la altura de su Colastiné natal, y, sobre todo, las dimensiones e incidencias del recordar para los hombres y las mujeres. El limonero real también fue de ruptura en cuanto al escenario elegido, abandonando el entorno urbano de las tres primeras novelas para hundirse a fondo en un mundo campesino lento, silencioso y vegetal.

Si había forma de lidiar cinematográficamente con ese monstruo debía ser desde la traición. Esto lo sabe bien Gustavo Fontán, quien sostiene en una reciente entrevista publicada en la página de la editorial Eterna Cadencia, que “la película, para ser, debe olvidarse del texto del que ha nacido”. Y amplía: “En realidad, el concepto de adaptación cinematográfica, en el sentido de una transformación de un lenguaje a otro, me resulta insuficiente, poco descriptivo. Lo que intenté hacer es reflejar, de algún modo, un universo literario particular contenido en una novela específica, con todos los riesgos que implica. Recrear, reflejar, aproximarse, rozar, asir, soltar, y podría seguir en una enumeración de procedimientos para pensar la relación entre cine y literatura”. “Es a partir del texto, sí, pero con un recorte posible y con la convicción de llevar adelante una creación nueva que se apoye en sus propias decisiones”, agrega.

Así, en la versión de Fontán quedan sólo algunos elementos del texto saeriano, algo de la historia elemental que estructura el relato. La mañana de Wenceslao y su mujer en la isla solitaria, el descubrimiento del luto por la muerte temprana del hijo que los separa silenciosa y definitivamente, la terquedad de ella de alejarse de toda celebración y no asistir por séptima vez a la reunión del fin de año familiar, los reclamos fraternales, la preparación de la fiesta en la isla vecina, algún viaje en bote, una pulpería, un par de músicos en decadencia, unas pocas visitas del pueblo, el barullo de los chicos, el anochecer, la cena y la vuelta al rancho y a la soledad de a dos.

Limonero-Real
Fontán sabe de este intento de captar la luz y el movimiento del río. En 2008 filmó La orilla que se abisma, presentada como un “diálogo” con la poética del escritor entrerriano Juan L. Ortiz, que tantas melancólicas páginas le ha dedicado al Paraná. Posiblemente ese cúmulo de experiencias ribereñas lo haya ayudado a evitar la tentación de una voz en off que vaya leyendo a Saer sobre las imágenes. Si bien Fontán confiesa que el autor de Glosa constituyó “una inflexión” en su experiencia como lector, confía plenamente en el poder de su cámara. Y hace bien porque algo del milagroso texto saeriano logra manifestarse en esas imágenes de verde y silenciosa belleza. Esa es sólo una de las muchas trampas que Fontán evita con enorme criterio.

La película fue rodada con actores profesionales y con no actores en unas islas situadas frente a Colastiné, donde se construyeron tres ranchos que sirvieron de locaciones y que ya no existen porque fueron arrasados por una de las periódicas crecidas del río. “Ahí rodamos durante cuatro semanas -cuenta Fontán-, con la ayuda inestimable del clima. Precisábamos sol y tuvimos sol pleno el noventa por ciento de los días. Lo agreste de la zona, la presencia del río y de la luz: están en la película. No imagino El limonero real sin esa presencia del espacio y del tiempo de ese espacio”.

No hay que ir al cine esperando reencontrarse con la mágica experiencia literaria de El limonero realsino con una fragmentaria lectura posible de ese texto imposible en la que, sin embargo, se hace presente algo del inabarcable universo de la novela. Después del necesario y subjetivo recorte, lo que queda es un film pequeño y bello, de una morosidad que va a contrapelo de la hiperestimulación cinematográfica de las grandes producciones. “El gran riesgo siempre es no ser honesto con la respiración que cada película exige”, resume Fontán, sintetizando su apuesta. Y El limonero real exigía ese ritmo, sin dudas.

Por Pedro Perucca para Notas

 

El limonero real
El limonero real  Jueves 8: 15:30 y 20:30 / Viernes 9: 18 y 22 / Sábado 10: 20:30 / Domingo 11: 18 y 23

Palabras claves: Cine, Cineclub Municipal, El limonero real, Gustavo Fontán, Juan José Saer

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