Casi

Casi
14 septiembre, 2016 por Redacción La tinta

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Esperamos algo todos aquí. Un cese de algún fuego, una chance para alguna idea de paz, una posibilidad de un nuevo hogar, una ración de comida, un lugar adonde ir, un colchón que amortigüe tanta caída. Esperamos, los privilegiados, algunos lujos: una respuesta de algún editor, una luz adecuada, un cierto tufo a reconocimiento.

Espera la ciudad en estos días un nuevo respiro y sueña que sea definitivo. Tuvo uno demasiado corto, que no alcanzó para todo el mucho que le sucede a Gaza. Fueron días medidos en horas y esto se llenó otra vez de mucho: gente, tráfico, compras por-si-acaso. Y es que Gaza no espera y cuando sale de la madriguera lo hace con ganas y con las garras salidas.

Espera Gaza después de todo eso una una decisión. Hoy hay un casi, un tal vez, una mezcla de vida con muerte, de niños bañándose en las fuentes de los parques mientras cerquita hay otros niños bañados en sangre, muertos bien muertitos, y mientras no tan lejos adultos bien vivos negocian quien vivirá y quién no en una mesa con aguas minerales y banderas y agendas. 

Espera mientras tanto Gaza algo, un no se qué. Nadie sabe qué, si el sí o el no o el sino, si más de lo mismo o menos de lo peor. Mientras a los tumbos va su gente y con miedo sigue esperando desde una sombra escasa bajo un par de lonas en el patio de un hospital, desde la casa de algún pariente o desde el aula de una escuela hacinada de miseria y escasez, de ignorancia y ausencia.

Esperan mientras tanto más fotos nuevas en todo el mundo contando que es lo que pasó y pasará aquí. Un robocop azul micrófono en mano y con fondo de destrucción dirá donde más le pegaron a Gaza, a quién más se llevaron, y en dónde queda la humanidad repetiremos casi como si fuese la primera vez y como si fuese gratis repetirlo y poner cara de sonso.

Esperaba un grupo de médicos y enfermeros, con las miradas perdidas al igual que la esperanza, en una sala de emergencias improvisada al aire libre en el hospital de Rafah. Llegaban ambulancias trayendo personas en partes, muchos -demasiados- de ellos eran apenas personitas y una doctora mujer madre humana no espera para ponerse a llorar. Esperamos los fotógrafos, ansiosos, cámara en mano, decoro en el bolsillo: no hay límite que esperar de la brutalidad humana, ¿por qué acaso habría de esperar poner un límite a lo que puede captar la cámara?

Espera un hombre la llegada de los doce cuerpos de su familia y lo hace dentro de un camión para carne, porque es lo que hay. Espera en medio de invernaderos porque los cuerpos son muchos y hay que guardarlos aquí, en las heladeras para verduras y flores. Esperamos una idea de humanidad, de que ojalá no fuese esto lo que nos queda, pero es lo poco que hay. Aquí la peor miseria no espera y se esparce como una enredadera. 

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Espera un hedor terrible y humano en las ruinas de Kuza’a, de Shujaia, de Beit Lahia, de Khan Yunis, de Tufaj, de Rafah. No puede esperar la gente y entra como puede a buscar lo que queda, a escarbar entre lo que no queda. No esperan las bombas y se hacen sentir cerca, demasiado, y ya no hay que esperar para saber si hay tregua, los escombros vuelan y los pajaritos de la duda vuelan con ellos.

Espera un señor en vestido blanco y con una marca roja en la frente de tanto rezar de que las noticias digan algo. Hay una instantaneidad rara y lo instantáneo, claro, no espera: en las noticias hay una casa conocida y hombres de la defensa civil -los hombres que él dirige- intentan sacar a sus nietos y a su hija de entre los escombros con lo que tienen: las manos y los huevos. Esperará la entrevista que le hice con datos de la nada que la Defensa Civil tiene aquí: ni vehículos, ni herramientas, ni defensa pero sí mucho civil caído.

Esperan y desesperan miles en los rincones del mayor hospital de Gaza y ya son casi treinta y pico de días, contados en cada uno de sus segundos, que permanecen sucios, hambrientos, sin horizonte. Esperan en los jardines mientras las habitaciones se llenan de sus parientes, amigos, vecinos, y al poco horizonte lo trazan misiles y lo colorean explosiones cercanas. 

Esperó demasiado este texto un respiro y ahora Gaza sale de nuevo, se hace barcas, gente, colores y una actitud de inesperada de esperanza. Sale Gaza y todo se hace vida y cómo si no le costara casi ningún muerto más el pueblo se hace magma ardiente de optimismo empecinado.

Hoy Gaza es otra vez Gaza en estado puro: mucho, rápido, intenso. Esperarán de nuevo días, pocos, y luego otra vez la nada, la nada más terrible, la nada cierta: en el mejor escenario Gaza volverá a una normalidad extraordinaria e hiriente, insoportable. Gaza será y seguirá siendo una espera desesperantemente interminable, una esperanza ultrajada y eterna. 

No espera más mi cansancio y me voy, la dejo por unos días, por unos años, por quién sabe cuanto.

(*) Por Eduardo Soteras, fotógrafo cordobés por el mundo. Agosto 2014.

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